Este era un país que ya no quería ser el mismo país. Sus habitantes estaban hartos de escuchar el mismo cuento sobre sí mismos. Un cuento en el que sucedían cosas terribles pero en el que –paradójicamente– vivían felices por siempre.
El cuento percibió su fragilidad ante las otras historias que cada vez era más difícil silenciar. Entonces, ambicioso y paranoico, decidió cambiar las reglas con tal de que el cuento no cambiase. Intentó aferrarse con toda su fuerza a seguir contando la misma historia, pero las otras historias iban ganando terreno y no parecía que ningún cuento absoluto pudiera sobreponerse a tantas maneras de contar.
El cuento maldito, desesperado al saber que nadie quería escucharlo más, atacó a quienes le cuestionaban. Intentó devorarlos, pero al contar por enésima vez su mismo cuento de siempre se percató con horror que el cuento ya no sonaba igual. Que aunque lo siguiera contando de la misma manera, imponiendo su vieja y grotesca retórica, algo en quienes escuchaban el cuento había cambiado de manera irreversible.
El cuento que nos quiere contar el Estado mexicano sobre la difícil situación nacional es un cuento rancio que solo ellos se creen y que se ha contado demasiadas veces. Hoy son pocos los que están dispuestos a comprarles su verdad. Y da la impresión de que por primera vez en nuestra historia reciente la sociedad está mejor informada y organizada que quienes están en el gobierno, que solo entienden el mundo a través de numeritos y pantallas.
Reprimiendo la libre manifestación y criminalizando la protesta el Estado mexicano ratifica que quiere seguir contando un cuento que ya nadie quiere escuchar. Y sigue siendo el Estado quien lo cuenta. Pero del otro lado las manifestaciones de los últimos días nos han dejado ver a un país indignado que ha salido a dar la cara y que quiere contar nuevas historias en las que este gobierno vergonzoso y patético no parece estar incluido.
Este era un país que ya no quería ser el mismo país. Sus habitantes se reunieron en la plaza para quemar una figura de su gobernante y exigir justicia. Antes de que llegaran los granaderos a reprimir la manifestación alcanzó a escucharse un cuento diferente. Un cuento en el que estamos incluidos y en el que –afortunadamente—nada es para siempre.