Después de la guerra, bonanza. Lo saben los países que han sufrido el azote de las armas y han sabido levantarse cuando ya no queda nada.
La de México no es precisamente una guerra, pero se parece. El que dos fenómenos violentos, Ingrid y Manuel, ahorcaran a la República Mexicana al mismo tiempo y en distinto lugar ha dejado un saldo devastador. No abonaré más. Bastaba leer los diarios o prender la TV para escuchar repetidamente la frase “lo perdieron todo”.
Respecto al presidente Enrique Peña Nieto he escuchado dos teorías. Los más catastrofistas sostienen que es el fin del gobierno, que no hay nada más que hacer, que el trienio se vino a pique y que esto ya nada ni nadie lo levanta.
Los más mesurados comentan que es el gran momento del Presidente. Con un país roto, desecho de sus caminos, inundado de su pobreza y amenazado por su pasado de falsas promesas, el Presidente –ojo, no hablo del gobierno- tiene la gran oportunidad de realmente transformar a esta Nación.
Sí, pasaría a la historia como el gran constructor de la bonanza. El visionario que ordena: “hágase este puente mas grande y con el mejor acero” “constrúyase esta presa con los mejores ingenieros del Poli y la UNAM” “edifíquese esta ciudad de nuevo, traigan a los mas celebres urbanistas” “quiten ese chapopote barato y traigan concreto hidráulico porque vamos a sorprender al mundo con la nueva carretera”.
Se oye de risa, pero lo puede hacer. Lo debe hacer. Aunque me da la impresión de que quienes lo rodean o no se la creen o no le creen o no les interesa. Eso es lo que se percibe. Y percepción es realidad.
Escucho también las voces de quienes dicen que a los medios, y a la gente, con nada se les da gusto. Si el Presidente va a las zonas afectadas está mal, porque entorpece los operativos, la gente se pone nerviosa, solo se toma la foto y da un discurso. Si no va, ¡bueno! No le interesa el país, seguramente no quiere ensuciarse los zapatos y otras tantas sandeces, propias de quien sólo critica.
Claro que el Presidente tiene que ir, pero es momento de callar y empezar a hacer. Dicen que por algo nacimos con dos orejas y una boca, para escuchar mucho mas de lo que podemos hablar.
Hasta antes de 1970 los presidentes en México solo hablaban ante los medios cuando era realmente importante. Todavía conservo una revista política de 1938 en donde el primer párrafo de un reportaje de Lázaro Cárdenas comenzaba así: “debió ser importante el mensaje que el Presidente pidió la palabra”.
Churchill no hablaba diario, ni Juárez. Basta de discursos, de balances cada dos horas, de mensajes relámpago, porque se diluye lo que se quiere decir, y termina por no interesarle a nadie.
Es momento de empezar a escuchar aun más. Y, al más puro estilo priísta, ese que tanto se critica, empezar a gobernar a golpe de chequera para rediseñar este país. Mejor momento no puede haber.
Y ya después, mucho tiempo después, dar el gran discurso, como el de Thatcher en el 84, como el de Kennedy antes de que fueran a la Luna o el del mismísimo Lázaro Cárdenas, del que ahora se enorgullece.
Y luego, otra vez callar.
(JORGE ZARZA / @jzarzap)