Al iniciar el año, una revista me pidió escribir un perfil sobre Fernando Romero, un arquitecto cuyo valor capital es ser yerno de Carlos Slim. Conversé con él y le pregunté cuál era su búsqueda y propuesta de arquitectura. “México tiene macroestabilidad económica y un gobierno con visión política para construir infraestructura”, dijo sentado a una mesa, jugando con las manos un mundo de cristal. “Es momento para reflexionar sobre los años 50 y 70, cuando México utilizó la arquitectura para definir su identidad”.
Decidí no escribir el perfil de Romero. No pude entender cuál era su propuesta de arquitectura y no tuve acceso para verlo trabajar. Me pareció que se movía con un misterio sospechoso. Me contó sobre dos torres que construía, pero se negó a darme detalles sobre sus clientes y sus obras.
Romero –en tándem con Norman Foster, uno de los grandes arquitectos del mundo– recién ganó el concurso del nuevo aeropuerto. Esto me llevó a una interpretación más clara de sus palabras. Arquitectos como Barragán, Pani, O´Gorman, Ramírez Vázquez, González de León y Legorreta se empeñaron en una búsqueda y un lenguaje arquitectónico.
Romero es pragmatismo puro. Su apuesta es por el dinero –la macroestabilidad económica–. Su lenguaje, la enorme posibilidad que tiene para hacer obras: el mundo de oportunidades que representa estar casado con una hija Slim.
Romero ganó el concurso a Enrique Norten, a quien visité hace cuatro años para escribir el libro “Todo por una manzana”. Lo conocí en 2005: había ganado un montón de concursos en Nueva York y tenía un taller con 70 arquitectos. La crisis de 2008 maltrató su taller y arrasó con todos sus proyectos.
El arquitecto Norten comenzó a reconstruirse. En Nueva York diseñó dos hoteles, un edificio mediano, un espectacular edificio zigzagueante de condominios, la escuela de negocios de Rutgers, el museo del Chopo en el DF y tiene en marcha una pila de obras.
Las principales obras de Romero son el Museo Soumaya, Plaza Carso y el acuario Inbursa, todas propiedad de su suegro, y una de gobierno en Los Cabos.
¿La decisión será política o arquitectónica? Preguntó Norten semanas atrás, cuando Romero hizo una deslumbrante presentación de su proyecto al gobierno peñista, violando los términos del concurso.
La semana pasada, el presidente anunció al ganador: Romero sonrió en Los Pinos, como un niño que recibe un premio anunciado.
Terminó el juego. El novato con suerte ganó.
¿La influencia de Slim también meterá a sus empresas en la construcción de la obra?
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(Wilbert Torre / @WilbertTorre)