El amor, como casi todo en la vida es cuestión de interpretaciones. Lo que a uno le parece triste o desalentador puede, para otro, representar un estímulo. Muchas de las supuestas perversiones no son sino formas de agrupar preferencias y gustos poco convencionales.
Hay gente, por ejemplo, que atribuye una importancia vital a los pies de sus novias, otros que se roban las bragas o los calzoncillos de sus amantes y los coleccionan.
Hace poco mientras leía Vidas ajenas, un libro de Emmanuel Carrère, quien se ha convertido últimamente en uno de mis autores favoritos —un libro sobre el Tsunami y el cáncer o, en pocas palabras, sobre el dolor y la pérdida—, tuve conocimiento de una comunidad singular. Se trata de personas con debilidad por los cuerpos amputados, personas que desean conocer a alguien sin un brazo o sin una pierna para cumplir sus fantasías amorosas.
Según Carrère, no se trata sólo de una atracción erótica, sino de verdadero romanticismo. Estas personas tienen un interés genuino en conocer a fondo a un mutilado, establecer con él lazos de complicidad vital y, de ser posible, convertirlo en el compañero de su vida.
La sociedad francesa, a la que Emmanuel Carrére pertenece, tiende mucho más que la nuestra a la uniformidad. No sólo se nota en la moda a la que se somete sin importar las clases o el poder adquisitivo, sino que en general no están bien vistas las diferencias físicas ni las de comportamiento.
Un grupo de franceses interesados en cuerpos incompletos y en quienes los habitan, resulta doblemente sospechoso. Usando diversos testimonios, Carrère cuenta que para un cojo o un manco es casi imposible aceptar que esa carencia, a menudo origen de un complejo o de un trauma, sea justamente lo que atraiga a otra persona.
Para alguien que ha sufrido una amputación el ligue se vuelve un asunto extremadamente delicado. Tienen miedo del rechazo pero sobre todo del escarnio y la crueldad ajena. Quisieran que alguien se enamorara de ellos a pesar de su tara, no gracias a ésta y, en vez de sentirse conmovidos por el cortejo, huyen de él en cuanto lo detectan.
En los sitios de Internet dedicados al tema, se subraya como algo muy importante que el encuentro con el amputado parezca fortuito y no confesar jamás la atracción verdadera. Se trata, ni más ni menos de estrategias similares las que compartirían dos cazadores de elefantes o ñandús. No en balde, uno de los lugares comunes en la poesía universal es comparar la seducción amorosa a la cacería. Sin embargo lo más inquietante del libro y de los sitios de internet es que la identificación con los mutilados supera al deseo de poseer su cuerpo y su corazón. Me refiero a los “aspirantes”, como se llaman a sí mismos; hombres y mujeres que desean amputarse un miembro para formar parte de ese clan que a ellos les parece tan apetecible.
El problema radica en convencer a un médico de llevar a cabo una cirugía así, sin que exista una razón de peso. Los “aspirantes” piden consejo y obtienen toda clase de recomendaciones, ya no sobre temas amorosos sino estéticos y sobre todo prácticos.
Aunque a muchos nos intimida buscar pareja por Internet, la web ha resultado incontestablemente útil para estos menesteres. ¿Quién no conoce a estas alturas a una o varias parejas exitosas que se conocieron por ese medio? Por excéntrico que uno sea, es posible encontrar si no el ideal, al menos a algo parecido.
Hace algunos años, un hombre puso un anuncio dirigido a la comunidad caníbal: buscaba a otro que aceptara devorarlo y ofrecía eximirlo de toda responsabilidad legal. Aunque llevó varios meses, un día alguien respondió y su anhelo se vio cumplido.
Me pregunto si hoy en día lo verdaderamente raro no es encontrar a alguien con gustos y neurosis banales, alguien que quiera conocer a una bulímica, a un enojón, alguien a quien le excite el mal aliento o que se muera por conocer a un fumador extremadamente despistado.
(GUADALUPE NETTEL / [email protected])