A las 9:46 pm del miércoles pasado, catorce minutos después de que Edgar Tamayo recibiera una inyección letal en Texas, recordé la última escena de la película Capote.
El piso del patíbulo se abre y Perry se desploma. Cuando el criminal patalea en el vacío -su último movimiento en vida-, Capote sufre un espasmo. Pero de inmediato se recompone, su mirada se suaviza: cierto, aunque su adorado Perry ha muerto, al fin su genial novela concluirá tras cerca de cinco años de un impasse exasperante impuesto por el aplazamiento continuo de la ejecución. Satisfecho ante el cadáver, Capote hace un gesto que es casi una sonrisa: y es que ahora sí tecleará las últimas líneas de A Sangre Fría, su obra maestra. Bendita muerte.
La noche del 22 de enero fue triste para muchos medios. Y lo fue porque murió un mexicano cuyo proceso judicial por el asesinato de un policía estadounidense en 1994 estuvo viciado. Pero también por la manera en que esa muerte se divulgó.
Alertas sus salas de redacción con los despachos de las agencias noticiosas, sus televisores transmitiendo en vivo, abiertas las líneas de comunicación con los reporteros, los medios mexicanos se afanaban en cumplir una misión suprema: ser el primero en anunciar el deceso del morelense. Como si hiciera diferencia decir “¡Le informamos antes que nadie la muerte de Edgar Tamayo!”, como si otorgara un oropel único relatar 15 segundos antes el final de una historia que inició hace 20 años.
Entonces, por apresurada, la información fluyó confusa, contradictoria. Y en esa compulsión por la primicia, por ganarle la nota al enemigo, los medios lo condenaron, lo mataron, lo resucitaron, antes incluso que Tamayo pasara a la “cámara de la muerte”. Hasta Aristegui Noticias, el portal encabezado por una periodista rigurosa como Carmen Aristegui, esta vez resbaló: “Defensa de Edgar Tamayo logró interponer una apelación ante la Suprema Corte de EU para detener su ejecución”, tuiteó ese sitio, cuando en realidad la Corte había impedido que se interpusiera. A las 18:08 lanzaron otro tweet afirmando que finalmente Edgar sí recibiría la inyección, pero al rato dudaron: “Pedimos disculpas por anticiparnos”, tuitearon. Aunque después se supo que su predicción no fue errónea, lanzaron un mea culpa por jugar al futurismo.
Edgar pidió que ningún miembro de su familia atestiguara su ejecución: quería restar dolor a una escena de por sí dramática. Pero hubo medios que no quisieron entender el mensaje. A instantes del deceso, publicaron el “Execution Recording”, un documento cronológico oficial con el minuto exacto en que fue atado a la camilla, la solución fluyó, fue declarado muerto. También supimos por la Web, la radio y TV que en su agonía mantuvo los ojos cerrados y que su cuerpo no se retorció.¿Servía de algo contar eso? Si un dato escalofriante no connota nada, es sólo morbo.
La cobertura perdió aún más categoría a las 9:46 pm, el momento en que Noticieros Televisa tuiteó una noticia con el título: “Edgar Tamayo sólo tosió una ocasión”. Fue entonces, con esa frase que era algo así como “¡miren, miren al muerto!”, que recordé la satisfacción de Capote ante el muerto colgante que le traía beneficios.
Esta vez, la nota de Televisa, de un morbo sutil, hiriente, fallaba a la última voluntad de Edgar: la discreción. Pero vendía. Y eso era lo importante. Bendita muerte.
(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)