Yo que me quiero divertir y la vida que no me deja. Y ya estoy medio cansadita de sentir que vivo comiendo sopa de tragedia y medio hago pausas para dormir.
Encima de todo, #taxista me bajó de su unidá, porque no le gustan pasajeros malhumorados. Así mero. Reconozco que no iba cantando ni repartiendo flores –iba comiendo sopa de tragedia en Facebook-, así que secamente le indiqué la ruta y seguí en la pantalla.
#taxista me preguntó si estaba de mal humor. No quería discutir, así que respondí simplemente: sí. Entonces vino el #drama: “bájese porque no quiero gente enojada en mi taxi”, ¡ah vaya! Pues sí, más impunidad: nadie ni nada le obliga a llevarme, así que me bajé. ¿Para qué le decía que él ofrecía un servicio y si yo no lo ofendía, mi estado anímico le era ajeno?
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ALMA DELIA FUENTES: #3DE3, VOY A DEJAR DE QUEJARME
“¿No quieren que escribamos tragedias?, Dejen de provocar tragedias.
¿No quieren leer hechos violentos?, Entonces dejen de crear las condiciones para que existan hechos violentos.
La prensa solo somos un espejo de la vida real, nosotros no inventamos nada, solo anotamos”
Así describieron periodistas de Veracruz la impunidad que vivimos, y que “permitió” que el cuerpo de la periodista Anabel Flores Salazar “apareciera” (sic) al día siguiente de haber sido secuestrada ¡en su casa! Se supone que las autoridades son responsables garantizar la seguridad de los ciudadanos, al menos en su casa ¿No se supone que habían activado un superultraduper protocolo para buscarla? Así, con todo el cinismo de la impunidad, “apareció” su cadáver.
Ya siento que cada muerte triste, humillante y dolorosa se convierte en un registro más. Las tragedias más increíbles e indignantes son como “ruido blanco”: parecen vibrar en la misma frecuencia y no podemos distinguir lo relevante y sus consecuencias. ¿Qué mensaje dejan esos crímenes? El del miedo. El miedo se cultiva en la impunidad. Y en la impunidad, el que tiene el poder (grandote o chiquito) puede hacer lo que quiera. Porque la impunidad baja hasta las calles donde impera la ley de “puedo hacer lo que sea” y podemos amenazarnos, bajarnos del auto, asesinar.
¿Por qué importa que maten periodistas? Porque los periodistas garantizamos el derecho humano a estar informados. La información pública obliga a los gobiernos a ser más transparentes y responsables, o sea, por increíble que suene: si reportando todos los días de lo que ocurre en Veracruz, ahí sigue el gober, ¿se imaginan si no si no se publicara nada?
¿Qué importa qué hacían los muertos o si eran “malosos”? Eso no justifica ser asesinado, no justifica (aunque las autoridades así lo presenten) que así se llevan los “malos”.
Cuando se quejen de la prensa vendida, piensen que “la prensa” es un ecosistema encabezado por empresarios, que deciden (o no) ofrecer condiciones y salarios adecuados para hacer contenidos de calidad, o que consideran “parte del trabajo” vender un titular al mejor postor.
Y recuerden que también hay muchos periodistas que se juegan la vida por revelar asuntos que de otra manera pasarían de largo. Si informando, estamos ahogándonos en la impunidad, ¿cómo estaríamos si dejáramos la alfombra tapando el hueco?