No diré lo que pienso de la nueva película de Star Wars porque no tengo ganas de pasarme las vacaciones alegando con señores cuarentones a los que les parece normal disfrazarse de San Juditas Tadeo y hablar de La Fuerza con la misma reverencia con que hablan de su próstata (la verdad, acá entre nos, es que la película estará llena de todos los defectos que se quiera pero es muy entretenida y desquita de sobra el boleto del cine, pero tampoco tengo ganas de alegar con quienes la han enviado ya al infierno de la basura cultural). Lo que me asombra de lo que ha ocurrido en las recientes semanas de starwarsmanía es la creciente fobia, extendida por las redes sociales, hacia los “spoilers”, es decir, a que se revelen detalles de la trama de la película en comentarios o reseñas.
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Vaya, tampoco se trata de defender a quienes difunden este tipo de “secretos” para poncharles el globo a los demás, pero la reacción de multitud crucificadora me resulta exagerada. Y aquí debo confesar algo. Un servidor se divirtió bastante difundiendo falsos spoilers, en el entendido de que los fans de la saga se darían cuenta rápidamente de su calidad de apócrifos y se lo tomarían a broma. Pero, por desgracia, uno de esos pormenores imaginados sin conocer un segundo del metraje de la cinta resultó ser verdadero (y era uno bastante grave). Lo reconozco: involuntariamente, pero soy culpable de haberle arruinado la sorpresa de una película favorita a algunos espectadores. Varios de ellos me hicieron llegar mensajes de reclamo y tienen toda la razón. Si a uno no le interesa como a los otros, mejor callarse la boca hasta un momento más oportuno (por ejemplo, enero o febrero del año que viene).
No obstante, me atrevo a darles un consejo a aquellos que no quieren que les cuenten nada de nada antes de que puedan ir al cine: desconéctense. ¿No quieren información? Pues yo, que no soy un fan ultra, tampoco la quería y llevo meses interminables enterándome de todo lo que huela a Star Wars: los disfraces que pensaban llevar a la premiere, los diez objetos favoritos de merchandising con la cara de Yoda, el dildo que brilla como espada láser, el color favorito del actor que hace del stromtrooper doscientos noventa… Si vamos a crueldad para revelar cosas, la eclosión de notas infinitas sobre Star Wars ha sido más dura de sobrellevar para los que somos tibios y no nos emocionamos con las fotos de “los diez perros más parecidos a Chewbacca”.
De verdad: el único modo de llegar virgen a la sala de cine es desconectándose de las redes. Porque exigirle a todo internet (me quedé a punto de escribir el consabido “tooooodo”) que guarde un secreto es como exigirle a un político que no se apruebe a sí mismo un aguinaldazo: una absoluta ingenuidad.