El agua se calentaba, me metía a la ducha y en segundos, aún sin ponerme shampoo, el baño se inundaba hasta mis tobillos.
Juro que no aceleró su despido el asombroso argumento. Perdió su empleo cuando descubrimos, escondidas en la azotea -área bajo su custodia-, varias TV de plasma, nuevecitas, cuyo origen nunca aclaró.
En los siguientes 2 años corrimos a una administradora que se la pasaba pidiendo cuotas extraordinarias, a otro que sólo se aparecía para cobrar, e incluso nos autogestionamos (pero el Caracol zapatista en plena Del Valle degeneró en anarquía). En el sexenio 2009-2015 tener un buen administrador del edificio fue arduo como para México hallar un buen presidente en el periodo Guadalupe Victoria-Peña Nieto.
Hasta que llegó la actual administradora, Juanita, y ofreció abrir para los inquilinos un grupo de WhatsApp. Pobre, no sabía lo que hacía.
El rencor que sembraron sus antecesores hace que la catarsis colectiva la tenga al borde de una embolia: en esa aplicación le pueden cuestionar el más mínimo retraso en la entrega de los recibos de mantenimiento, su gasto en papelería, que el guarura de un vecino viva en un cuarto de servicio, el aroma penetrante del limpia pisos que compra, el color del barniz con que pintó la cerradura exterior.
La fiscalización vecinal es tan monstruosamente certera que en meses Juanita se volvió, como Bo Derek, “10: La Administradora Perfecta”. Hace de todo y da cuentas de todo. Sólo le falta brindarnos terapia para descubrir por qué peleamos con nuestras parejas o por qué no somos los padres que soñamos. Y los sábados podría darnos tratamiento reiki o masajes con piedras calientes.
Ayer leía unos mensajes en el WhatsApp del edificio -le reprochaban a Juanita no sé qué cosa de los tinacos- y yo pensaba que no hay ecuación mágica para que nos gobiernen con honestidad e inteligencia los políticos que ganarán el domingo. Aunque no los tengamos en WhatsApp como a Juanita, no hay más salida que exigirles, cada día, cada minuto, por todas las vías imaginables, que sean perfectos. Hagámoslo como enfermos, hasta volverlos locos.
PD: Ya destapé mi baño: era una tapita de shampoo.
(ANÍBAL SANTIAGO)