Pues sí muchachos, por fin va la #cronicadesdeaeropuerto, con taxi oficial (para hacer patria, según un monopolista, perdón, un líder de taxis).
Resulta que aprovechando el verano y, sobre todo, la depresión nacional, decidí lanzarme fuera del país algunos días, bueno, varios días, aunque pudieron haber sido más, si el dólar ayudara un poco, pero ni modo, si queremos ser competitivos, hay que hacernos más pobres #dicen.
Hace mucho que no volaba; en mis antiguos años, por razones laborales, viajaba muy seguido y solía tener todo un sistema para usar el aeropuerto (Viajaba tanto, que llegué a hacerlo cada semana, algo NADA divertido, si no me creen busquen un estudio que concluyó: los viajeros laborales frecuentes tienen una vida triste y enferma).
Total que me fui a los States. Mientras mis amigos me urgían a quedarme (“¿a qué regresas?”), la migra me urgía a regresarme: “¿Usted trabaja? ¿Está consciente de que el Celupasaporte está por vencer? ¿Bla bla?”…
Iba muy dispuesta a usar taxi en la tierra del tío Sam, ya saben, para contarles de mis aventuras internacionales (ajá), pero nomás no pude, no sólo porque me dolía el codo pagar tanto, es por innecesario: no hubo lugar al que no llegara en transporte público con la ayuda de Google Maps.
Donde sí ocupé taxi carísimo fue en Chilangoland, y no precisamente por ganas.
Cuando preparábamos nuestra graciosa huida del país, naturalmente llamé a Uber. La verdad, temí que a las 4:30 am no hubiera ningún piadoso chofer dispuesto a llevarnos al aeropuerto sin temor a ser golpeado, pero lo hubo. De regreso, quise hacer lo mismo. Todavía no aterrizábamos cuando ya tenía el superplan #operaciónUber para evitar cualquier posible connato de violencia taxística. Marido sería copiloto y Celu dejaría de gritar a los cuatro vientos “¿vas a llamar a Uber, mamá?”.
Todo iba bien, hasta que caímos en las garras de Telcel, que no cooperó ni tantito para que entrara a la app. No sé si era mi teléfono, la lluvia o qué. #Yoconfieso que hasta me puse sospechosista y pensé que los taxistas autorizados habían hecho alguna especie de bloqueo a la app.
Vencida por el cansancio, y con mi natural impaciencia, opté por un taxi autorizado. Antes de pagar, fui sometida a un interrogatorio muy poco amigable, aunque supongo que para ellos muy necesario: “¿Cuántas personas? ¿Cuántas maletas? ¿Caben en un sedan?” (“no, necesitamos una camioneta pero por convivir le digo que sí cabemos”). “Tenemos muchos taxis”, me dijo la señorita que atendía, “no tendrá que esperar” (bueno, menos mal). Y luego, el sablazo: imaginen mi aceleramiento cardiaco cuando pagué TRES VECES lo que había pagado a Uber.
A eso debemos añadir que, en este mi afán de #experimentar, en lugar de usar los taxis habituales de mis años preUber, me lancé sobre Servicio Excelencia. Aclaro que –al menos yo- no he encontrado gran diferencia entre ninguno de los servicios de taxi del aeropuerto, salvo uno (muy importante si estás hipercansado): Excelencia atiende ¡HASTA EL FINAL del final! Todos los taxis están en la salida 10, pero Excelencia es el último de la fila, y toca esperar a que “llegue su vehículo”. Así que ya saben, si deben o deciden usar taxis autorizados, les recomiendo Servicio300, será igual de caro, pero al menos es el primero de la fila.