Antes leía, ¡ah, qué tiempos! Pero cuando reconocí que en lugar de lectora me había convertido en cargadora de libros, me di por vencida, y reconocí que ahora lo mío lo mío es tuitear.
Contrario a lo que ud. –estimado lector, estimada lectora- podría pensar, yo no me subo a los #taxis buscando plática pa’sacar material para estas #Crónicas, toooodo lo contrario: a mí eso de platicar con desconocidos y hacer terapia conjunta no se me da.
Con varios platico porque no tengo opción: hablan como si en eso les fuera la vida y algunos, incluso, dicen cosas que me parecen interesantes. Otros son más soporíferos que una tarde bajo el rayo del sol: cuentan sus anécdotas o el número de pasajeros que han llevado en el día, a qué zona no están dispuestos a meterse porque “ahí sí roban” o “de allá vengo y hay mucho tráfico”, o explican noséquétantoremedio contra la gastritis que no tengo.
El clásico es: “¿Ya a descansar?” o “¿Ya a trabajar?”, ese comentario/pregunta parece infalible para dar pie a la conversación más aburrida del mundo…
Regularmente sonrío y digo “sí, ya”, tan tajante como me es posible y mientras clavo tanto como puedo mis ojos en el celular. Casi siempre miento, pero, ¿a él qué?
Las taxistas mujeres nunca preguntan nada, no tiran choro y no andan comentando si me veo cansada, si ya con la familia, si a poco soy casada… pff.
A mi muy venerable edad, creo que al menos me he ganado el muy sagrado derecho a que no me estén fregando con lisonjas sexualizadas.
Pero pasa, aún… y no me siento halagada, at all. No se confundan amiguitos, eso de “cualquier mujer quiere escuchar que está guapa” no es más que machinismo mal disimulado. Y eso de “a quién afecta un piropo, seguro estás amargada” tampoco me cuadra, no quiero, no necesito y no me gustan los halagos de desconocidos.
Parece como si las mujeres tuviéramos una especie de ‘compromiso’ para sonreír o callar cuando un extraño piropea (“con todo respeto, se lo digo porque está usted muy guapa”), como si a fuerza tuviera que caer bien.
Y en este grupo, los máspioresdelmundo son los taxistas ‘simpáticos’ que tiran piropos sin gracia y tan cajoneros que podría morir de aburrimiento (“¿a poco es su hija? –refiriéndose a Celu-, pero si usted se ve muy joven”, zzzz). Cuando ven que no logran provocar ni una sonrisita forzada, por fortuna, muchos mejor se quedan callados.
Pero otros no, otros le dan vuelo a la hilacha en plan “fíjese, señito, que hace seis meses mi vieja y yo no tenemos sexo, y uno tss, pues tiene sus necesidades” –y a mí ¿qué fregados me importa?, digo yo- o los de campeonato: abren su corazón para compartir cómo es que han conseguido abrir la bragueta con las pasajeras. JU-RO que he tenido detalles tan sórdidos como imposiblemente fantasiosos.
Las pasajeras que se quedan dormidas en el asiento, perdidas de borrachas, y que despiertan casi implorando un encuentro carnal, las inocentes que suben buscando destino y acaban encontrando el amor dentro del #taxi y las desesperadas que –según la historia más descabellada que algún #taxista me contó- ofrecen pagar el viaje ‘amor de cabaret’ (muy al estilo Sonora Santanera).
Y mientras #taxista alienta su imaginación con aventuras poco menos que imposibles, esta pasajera pela los ojos tanto como puede frente al celular, a ver si ya –por fin- este taxista se calla.