Edgar vive en su coche seis días a la semana. Una amiga me habló para contarme su historia y acá se las comparto. Me gusta que la gente comparta sus historias de #taxi, así reconstruimos un cachito de lo que somos como ciudad y como ciudadanos, y me da chance de asomarme a los pedazos de vida que se atrapan en un viaje.
Así que Chío me contó la historia de su taxista, quien vive y duerme en un Tsuru para que “le rinda” el día y pueda ganar lo necesario para sostener a su familia. Edgar, de 39 años, es originario de Chiconcuac, sí, es paisano de #yasabenquien, allá en el Edomex nació y allá viven su esposa y sus dos hijos. Edgar trabaja a unos 45 kilómetros de ahí, en la zona Roma-Condesa.
Es un taxi de base; con el tiempo y con su característica amabilidad, ha formado su “cartera de clientes”, aun así, necesita rodar por la ciudad todo el día y aprovechar al máximo las horas.
Su jornada empieza a las cinco de la mañana, desayuna, se asea en un baño público (¡sí!, aún hay algunos) y comienza la jornada, sin parar hasta las cuatro de la tarde, cuando hace una pausa para comer “algo” y seguir hasta las 11 de la noche, y de ahí a dormir: “trae su cobija, todo equipado”, el #campingnecesario pues.
Nunca come o cena “en forma” como dicen las abuelas, come cualquier cosa, o pasajeros le convidan alguna golosina o lo invitan a comer, “porque es muy atento, a veces va conmigo al súper, muy servicial”.
Al principio sólo dormía en el auto cada tercer día, pero no le alcanzaba. “No parece que viva así, siempre con buen humor”.
Su único lujo (si así podemos llamarlo) es ir una vez a la semana al vapor, “para descansar mejor”. Aparte de eso, su rutina de lunes a sábado, de cinco de la mañana a 11 de la noche, es la misma: rodar y ganar dinero para cubrir la cuenta y mantener a la familia.
Los domingos, visita su propia casa. “Es muy luchón, siempre anda de buenas”. No se trae a la familia a vivir al DF porque allá es más seguro, y más barato.
El miércoles, mientras caminaba presurosa para alcanzar a ver el mensaje presidencial, me imaginé la ciudad cuando mi madre era niña y el 1 de septiembre era asueto obligado; nadie trabajaba, y si algún servicio abría, era OBLIGATORIO sintonizar el informe. Mi mamá siempre lo veía, atenta. En cambio, en mi camino, no logré ubicar a una sola persona que lo viera, escuchara o hablara sobre el mensaje. La vida seguía, como cualquier día, para tantos millones que hacen que este país se mueva, con o sin informe, con o sin malas noticias, con o sin esperanza.
Edgar sí escuchó al Presidente, aunque no paró de trabajar un minuto; dice que le gustó el discurso, aunque no le creyó, porque los programas sociales y las ayudas sí llegan a su municipio, pero a cuentagotas, y que hay “mucha pobreza, muchas carencias”, que los sueldos son “muy bajos” y que en la escuela de sus hijos aún lo obligan a pagar cuota, y por todo eso, él necesita trabajar todo el día, para “salir adelante”. Yo digo que este país lo que necesita es que un hombre no se vea obligado a dormir en el auto para “tener chance” de trabajar 14 horas en cada jornada.