Hace justo cuatro años, cuando 72 migrantes fueron asesinados en San Fernando, varios colegas recibimos un mail de la periodista Alma Guillermoprieto: nos confesaba que la noticia le dolía y le avergonzaba, y nos sugería abrazar a cada uno de los migrantes muertos y contar su vida. Merecían un altar. De aquella idea de Alma surgieron la página web www.72migrantes.com y un libro, gracias a la solidaridad de Almadia; la UNAM grabó cápsulas de radio y Periodista de a Pie aún publica un periódico para migrantes (se llama En el camino).
Es muy probable que esta iniciativa no se compare con lo que a diario hace gente como Alejandro Solalinde, Fray Tomás, Raúl Vera, Prisciliano Peraza, las Matronas, Rubén Figueroa… y algunas buenas personas más que saben que ser migrante no es delito. Pero sí creo que 72migrantes.com fue un grito de escritores y reporteros que estamos hartos, indignados y encabronados de que a las autoridades mexicanas solo le importen los migrantes como negocio o de que la sociedad no los vea ni los defienda.
En el último informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se lee que los asesinatos de migrantes han aumentado un 65 por ciento. Las ciudades donde se registran más secuestros son Ixtepec (Oaxaca), Tapachula (Chiapas), Tierra Blanca (Veracruz), Reynosa y San Fernando (Tamaulipas).
La CNDH, en otro informe del año pasado, dice que 11 mil migrantes fueron secuestrados en 2012… Las estadísticas en resumen, me dicen que nada aprendimos de las lecciones de San Fernando. Y, mientras tanto, policías, militares, narcos, aduaneros, políticos y demás abusones que siguen haciendo de las suyas. Nos quejamos de que los rancheros de Arizona le disparan a los migrantes, pero nuestro trasero está sucio, muy sucio.
Por cierto: el migrante que yo abracé fue Telmo Leonidas Yupa Chimborazo. Y esto le escribí:
“Querido Telmo: Lamento conocerte ahora que ya perteneces a la tierra. Encontré una foto tuya donde miras a la cámara con tus ojos de santo. Tienes una sonrisa contagiosa, los pómulos te brotan como si trajeras dos piedras y correspondes al tipo de campesino sencillo y disciplinado. Así apareciste en mi sueño de ayer. De pronto te desprendías del cielo, malherido, y me contabas que tu nombre significa El que protege, que tenías diecisiete años y venías de Ecuador, la mitad del mundo. Luego, cuando caminaste hacia al valle tamaulipeco de San Fernando, aquello se convirtió en una película de espanto y yo me puse a llorar hasta que se me desprendieron las retinas. Desperté y le conté a mi mujer de ti. Le dije que habías nacido en Tauri, un pueblo en la sierra de Chunchi donde más de sesenta niños se han suicidado en los últimos cinco años porque sus padres emigraron y jamás regresaron por ellos. Es tanta la migración que en Chunchi hay una sola ambulancia que sirve más para traer cadáveres que para transportar enfermos, le leí a mi mujer una nota del diario Expreso. ¿Telmo se suicidó?, me preguntó. No, contesté. Lo mataron los Zetas, los padrotes de la muerte. La hubieras visto, Telmo: terminó igual que yo, con el corazón quebrado y las entrañas alebrestadas. Sé que creías en la Virgen de Guadalupe porque nunca te falló en los momentos que más la necesitaste. Sé que al pollero le pagaste once mil dólares y éste te abandonó en el infierno. Sé, también, que doña Margarita, tu madre, no quiere que seas una vieja noticia de agosto, perdida en la penúltima página. Ni yo tampoco. Ya te prendí una veladora junto a la de mi vieja.”
(ALEJANDRO ALMAZÁN / @alexxxalmazan)