Los temblores se han vuelto una costumbre tan mexicana como la birria sabatina y también un improvisado deporte nacional: cuando tiembla miles de mexicanos salen en fuga. ¿Por qué huimos a la calle? ¿Por qué los japoneses permanecen dentro?
El último temblor en DF llegó de madrugada, cuando la mayoría dormía y una minoría estaba media ebria o completamente borracha, y en general los dormidos y los borrachos tienen la cabeza nublada y el cuerpo entorpecido.
Pese a eso y a la hora, todos hicieron lo mismo: correr hacia la calle.
Llegué a casa minutos antes de que las lámparas se movieran en círculos y las paredes crujieran, pero no escuché nada. Estaba medio borracho y muy dormido cuando M gritó que estaba temblando y me levanté como si entre sueños hubiera escuchado que México le ganó a Brasil en el mundial. De un salto alcancé unas bermudas y por efecto del temblor y las cervezas metí ambas piernas en una pernera y caí al piso como un bulto de huesos.
Cuando me puse el pantalón ya era demasiado tarde. El temblor había terminado. Gracias a mis piernas hechas nudo no levantamos a N y N ni bajamos al jardín donde se reúne la gente cuando tiembla.
Al día siguiente le conté el incidente a Sami, amigo desde los 6 años. El chico más listo de la clase lanzó una de sus frases inteligentes: ¿Qué caso tiene correr? ¿Acaso en la calle no tiembla? Entonces me pregunté por qué corremos a la calle y quién y bajo qué razones emitió ese decreto que seguimos todos como ovejas al pastor.
Recurrí al manual de sismos de la dirección de Protección Civil del DF. La primera recomendación parece un disparo de humor de Ibargüengoitia:
“Qué hacer antes de un sismo? Recurra a técnicos y especialistas para la reparación de su vivienda”. ¿Para estar seguros los millones que habitamos departamentos deberíamos construir una base hidráulica en el intersticio milimétrico que se forma entre nuestro piso y el techo del vecino de abajo?
Cuando era niño papá nos enseñó a protegernos bajo el marco de una puerta. Jamás salíamos a la calle.
En Japón, isla de terremotos, la alarma sísmica –Kinkyu Jishin Sokuho– sirve sólo como alerta a diferencia de la mexicana, cuyo ulular significa en sus marcas, listos, ¡fuera! –y a la calle–. Los japoneses la escuchan y cierran las llaves del gas, desconectan la energía y se refugian en la parte más sólida. Para ellos salir durante un sismo implica arriesgarte a que te caiga encima un muro o un cable de electricidad.
El manual japonés indica la evacuación solo después del sismo.
En México las instrucciones son contradictorias como señales de humo: si estás en casa debes salir disparado a la calle. Si trabajas en un edificio público la alarma sirve –como en Japón– para prepararte y salir cuando el sismo termine.
¿Por qué huyes de tu casa cuando tiembla? Pregunté a un policía, una secretaria, un estudiante, una mesera y un guardia del metro. La respuesta fue la misma: “Para no morir aplastado”.
“¿Quién me garantiza que el edificio está seguro?”, preguntó el universitario. ¿Qué me haría creerle al administrador que el condominio no tiene daño estructural?, preguntó la secretaria.
En un país donde la corrupción es más invasiva que la humedad, nada escapa a la sospecha. Ni lo sismos, ni nuestras casas.
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