En su libro Pobres magnates, el pensador norteamericano Thomas Frank explica cómo la derecha norteamericana, después de haber perdido las elecciones presidenciales de 2008 y después del colapso financiero en buena medida producido por los excesos de altos ejecutivos de Wall Street, compañías aseguradoras y banqueros cínicos e irresponsables, reaccionan de manera antagonista a lo que cualquier analista político hubiera pensado en ese momento. En lugar de reagrupar filas en torno a una postura autocrítica, la respuesta de la derecha fue mover su discurso y su postura aún más a la derecha. En los lindes de una ideología reaccionaria vieron florecer figuras extraídas del Tea Party. La rabia del colapso republicano en aquellas elecciones fue capitalizada por un discurso populista que comenzó a propagar con estridencia y violencia mentiras obscenas del tipo: un negro musulmán de filiación neocomunista ocupa la Casa Blanca o el calentamiento global es una invención de las malévolas mentes intelectuales de izquierda.
Sobre la estela de dicha tendencia se han desarrollado las campañas para elegir al próximo candidato presidencial republicano. La insensatez y los excesos de Donald Trump han afectado ya de manera irremediable las elecciones y sus efectos permanecerán aún si no consigue la candidatura. Después de que sus primeras declaraciones xenófobas, misóginas y profundamente ignorantes no hicieran sino catapultarlo en las encuestas, el resto de los candidatos ha tenido que subir la virulencia de sus respectivas campañas para entrar en el tono que los seguidores del Grand Old Party parecen desear. Tampoco es que sus contrincantes sean mucho mejores que él: en el último debate, los candidatos se alejaron descarada y peligrosamente de la verdad mostrando cuán peligrosa se ha convertido la maquinaria de propaganda conservadora en los Estados Unidos. En su columna del 18 de septiembre en el New York Times, Paul Krugman dice: “He mirado con detalle lo que los candidatos dijeron en el último debate y estoy aterrorizado. Y ustedes deberían estarlo también”. Y eso por supuesto nos incluye a nosotros. No sólo por la campaña contra los 11 millones de inmigrantes que hay en ese país y a los que Trump ha prometido expulsar o por el muro que el mismo magnate inmobiliario ambiciona como “una construcción tan maravillosa que será llamada el Muro Trump”, sino por la flagrante actitud bélica que han demostrado todos los candidatos y, en términos generales, por su descarada manera de mentir en asuntos relacionados con: sus trayectorias profesionales, temas como el aborto o el cambio climático, la religión del presidente Obama, la realidad económica de los Estados Unidos y muchos temas más. Nadie pensó que existirían escalafones más bajos que la estupidez, la corrupción y las mentiras de George W. Bush. Ahora, dice Krugman, “tenemos precandidatos presidenciales que hacen ver a Bush como si fuera Abraham Lincoln”.