Me resistía a pensar que nuestro Presidente era un minusválido intelectual. Asumía que si llegó a ser el gobernante más trascendental del país fue porque, sin ser letrado, poseía gramos de sagacidad y sentido común.
A casi 20 días de ocurrido, aquel evento me seguía intrigando. Ayer abrí YouTube para buscar respuestas. Vi que al decir “estado vecino de Lagos de Moreno” frenó su discurso con un silencio, como encendiendo su alarma interna. Luego alzó la vista a un lugar difuso, acaso porque vislumbraba en lontananza, en un páramo lejano, la salida del laberinto. Al agregar que la renovada carretera “acerca al estado de este estado” sus ojos se agitaron como los de una madre desesperada que busca a su hijo extraviado. Apretó los párpados en un gesto resignado, una suerte de “volví a cagarla”. Luego, a la frase “estado de León” la acompañó con una leve sacudida de cabeza, como si de ese modo sus neuronas pudieran resucitar.
Imposible. Ni sus silencios de alarma, ni las miradas anhelantes de claridad, ni su cerrar de ojos arrepentido, ni los vaivenes de su cabeza evitaron la cadena de errores.
Para concluir abrió los brazos, penoso ruego traducible en “compréndame, por favor”.
Aunque el video muestra a 90 chupamedias/lamebotas comprenderlo aplaudiendo sonrientes sus fallas, los demás mexicanos no lo comprendemos.
Es incomprensible que no fuera capaz de articular una idea tan simple como: la nueva carretera unirá Jalisco y Guanajuato. Cómo comprender que dos veces le dijera Juan Yin al presidente chino Xi Jinping; que también llamara “estados” a Monterrey y Tijuana, y “capital de Veracruz” a Boca del Río. No es comprensible que al IFAI lo rebautizara “Instituto de Información y de Acceso a la Información y de Acceso a la Opinión Pública de toda la Información Disponible” y a la CONADE “Comisión Nacional de Deporte, Física y Deporte”. No se comprende que un político de ese nivel dijera que por no ser “la señora de la casa” ignoraba el precio de la tortilla, que leyó el libro “las mentiras sobre el libro de este libro” o que Benito Juárez vivía en 1969.
1, 2, 3 errores los tiene cualquiera; 128, no. ¿Qué le ocurre? No es chistoso: que la equivocación sea sistema ultraja el cargo supremo. ¿Puede sacar adelante al país un sujeto que no sabe ni dónde está parado?
Si el lenguaje es la única forma de ser del pensamiento, el lenguaje de Peña nos mete dudas. Tenemos derecho a saber si nuestro Presidente goza de cabal salud en eso que le cuelga sobre los hombros. No es abuso preguntar: toc toc, ¿todo bien ahí dentro?