Directora editorial de máspormás, periodista, trashumante y mamá. Viaja en #taxi y a veces se siente chofer de microbús.
El otro día platicaba con un amigo sobre la situación del pasajero de #taxi, y caímos en cuenta que, en el vehículo de alquiler, el pasajero prácticamente está cautivo. Una vez que abordas, difícilmente puedes escapar de su charla…o de sus gustos.
No hay manera de librarse de los deseos del señor taxista. Ejemplo: subo a un taxi, tengo que conectarme a una junta telefónica así que le explico a chofer mi situación y le pido que le baje el volumen a su sonaja (como decía mi madre). Muy orondo me dice “este es mi taxi y no le bajo, así que si quiere, bájese usted”. Y ¡zaz!, ¡me bajo! Siguiente escena: espero media hora otro #taxi mientras me conecto a junta al lado de un puesto de tortas y jugos.
Y no es un caso de excepción, he tenido que aguantar que me vendan productos, me compartan comida (buena onda, pero “en serio no tengo hambre señor”) y hasta que me tiren la onda (otro día les cuento). No hay forma de librarse de la cautividad a menos que invente un buen pretexto para bajarme, tipo “se me olvidó la cartera”. Pero ya encarrerados (o ya con prisa), regularmente toca aguantar el ritmo que taxista marque.
Preso de la cárcel de los gustos de #taxista, como diría José José, porque el servicio es para nosotros pero en el vehículo manda él.
Él decide qué música poner, si lava o no el auto, si fuma, si come y hasta si maneja por donde uno quiere.
Antes de la era Google maps, siempre les decía “váyase por donde quiera”. Muchas amigas me regañaban durísimo por hacer eso “te engaña”, “te roba”, “te va a secuestrar”. No me secuestraron, pero claramente me engañaban, me robaban, pero sobre todo, me tenía que aguantar la necedad del “Yo tengo una mejor ruta, señito”.
Ahora, antes de salir siquiera de casa, preparo mi ruta con Google. Me ayuda bastante porque como soy tan norteada, voy siguiendo la flechita azul para asegurarme de que voy directo a mi destino. Y no hago corajes, si me equivoco de ruta, es mi problema. Si en mi ruta hay tráfico, me aguanto. Si llego tarde, sufro y lloro, pero no derramo bilis contra el taxista.
El otro día que abordé bonito taxi madrugador. 6:30 am y esta su cronista ya andaba en las calles. Apenas cerré la puerta, el chofer arrancó. Ya, en estado cautivo, no pude hacer nada más que vivir la realidad de la taxiburbuja: el olor a garnacha (el hombre tiene que desayunar), música guapachosa (que juro por los santos que sólo escucho en el taxi o en los 15 años de mis primas) o enterarme de las desgracias ajenas con variados programas radiofónicos, peluches por doquier y estampitas que me impedían ver por dónde circulábamos. Cautiva, pero con la urgencia de llegar a tiempo a mi destino, no me importó, una vez más. Como algún taxista alguna vez dijo: “Este carro no se maneja solo”.
( Alma Delia Fuentes)