Hay varios comportamientos que tristemente nos distinguen en las redes sociales. Uno es dar por muertas a celebridades: pobre Chabelo, ¿cuántas veces no le hemos puesto la pijama de madera?; otro son nuestros vergonzosos trending topics, más racistas a menudo que un coloquio del Ku Klux Klan. Cuando se trata de Twitter, el mexicano le da rienda suelta a sus malas pasiones y en general se olvida de toda moderación.
Debatir en Twitter es el nuevo arar en el mar, pero, ah, cómo nos encantan las empresas inútiles. Y es precisamente en esta arena, la del debate por internet, donde el mexicano expone una de sus más extrañas taras: usar cualquier discusión, sin importar el tema, para llevarla al ámbito político o histórico.
Durante un minuto hablamos de la selección mexicana y, dos tuits más adelante, alguien –y ese alguien a veces soy yo– compara a Justino Compeán con Victoriano Huerta. Alguien más se queja de un desperfecto en una ecobici e inmediatamente recibe como explicación, vía otro tuitero, el “irresponsable gobierno de Miguel Mancera”. Incluso es posible entablar una plática, digamos, sobre el mejor pan dulce que se consigue en la ciudad y que esa alegre charla se convierta en un choque de posturas partidistas. Hace poco mencioné una película que me había dado miedo y a cambio, a modo de chistoretes, recibí dos o tres tuits con la cantilena de que, para espectáculos de horror, ya teníamos a nuestro presidente. Y eso por poner ejemplos de intercambios simpaticones, alejados de la solemnidad que, lamentablemente, también nos caracteriza.
He perdido la cuenta del número de veces en que, tras hablar de algún tema deportivo ligero, algún seguidor me exige que enfoque mi atención –y mis tuits– en los problemas verdaderamente apremiantes de nuestro país. ¿Cómo se te ocurre cotorrear sobre la Fórmula 1 cuando hay niños que se están muriendo de hambre? Como si un tema cancelara al otro; como si hablar de la Fórmula 1 agravara la terrible situación social, insoslayable, en la que se encuentra gran parte de México. En suma, en Twitter todos los caminos llevan al pastelazo político. Y eso es una pena.
Y es una pena porque demuestra lo ensimismados que estamos. Más que ensimismados: obsesionados y monotemáticos, incapaces de relajar el cuerpo y hablar de, no sé, un corrido ranchero, sin que eso se convierta en una disertación, a través de cuarenta tuits, sobre la gravedad del narcotráfico en nuestro país. Es una pena, también, porque demuestra a qué grado la polarización política, de ideas y bandos, ha envenenado nuestro estado de ánimo y nuestra disposición para abordar, con frivolidad si así lo deseamos, temas que no tengan que ver con la CNTE, las reformas, los diputados plurinominales o los partidos políticos.
(DANIEL KRAUZE)