Antes de ser madre, pensaba que el acto reproductivo requería de ¡un auuuuto! Sufría (aún lo hago) viendo a progenitores correr, con mochilas y chamacos, para bajar o subir ante el respectivo arrancón. Consideraba que la paternidad debe hacerse sobre ruedas.
Por suerte, he podido vivir con Celu sin conducir y sin esos sufrires, casi siempre…Con relativa frecuencia usamos microbús, en rutas que nos quedan cómodas y rara vez se saturan.
Pero nada es perfecto, y el lunes no había la más mínima posibilidad de conseguir taxi. “Llama a Uber”, decía mocosita, cuando llegó la solución: “Vámonos en camión”, le dije, agarrándola rápido para que subiera mientras yo cargaba mochila, lonchera y maleta de natación. Era obvio que no cabían más pasajeros, pero eso lo descubrí hasta que estábamos arriba… Ni hablar, peor era seguir esperando.
Entonces noté que Celu ha perdido la gracia de la primera infancia: cuando era más peque, nunca faltó quien le cediera el asiento. Pero a su metro y 20 de estatura, pasó a la invisibilidad. Cierto que ya puede “agarrarse bien” y, en cualquier caso, para todos es difícil mantener el equilibrio frente al salvaje estilo de conducción de los choferes, pero eso no quita el mal sabor de boca ante lo que llamé La invisibilidad en tres actos:
1: Señora que se tambalea gracias a los arrancones, como puede cruza, alcanza una agarradera y acaba con el brazo ENCIMA de la cabeza de la infanta. Y así se queda, “no la vi”, me dice cuando le señalo a Celu, echa bolita.
2: Joven con backpack que golpea a Celu cada vez que se mueve. Por favor personas: en lugar concurrido, coloquen su mochila AL FRENTE, para no andar repartiendo golpes, en especial a los que miden –poco, más o menos-, un metro.
3: Señorita y su respectivo novio, quienes antes no me habían generado altas simpatías. Si estás sentado en la primera fila, y ves que una niña prácticamente “vuela” intentando agarrarse, ¿no sería bonito ceder el lugar?
Aún recuerdo que, si no tenía la iniciativa, mi mamá siempre me recordaba: “Párate y deja sentar (a la señora o niña más pequeña o abuelita o quien fuera que necesitara el asiento más que yo)”.
Volviendo a la parejita, resulta que, para mi desgracia, bajábamos en la misma esquina. Supongo que se le quemaban los frijoles, porque a empujones intentó meterse entre Celu y yo, sin importar torcerme el brazo. Cuando le pregunté cuál era su prisa, y si no veía a la niña que me acompañaba, su mejor respuesta fue “yo también quiero bajar”, pues ¿qué pensaría que intentábamos hacer nosotras?
Al día siguiente, volví a usar bus, misma ruta, igual de atascado. Iba sola –por suerte- y en el viaje había varias adultas (muy) mayores. Me angustió que un par abordaron totalmente dispuestas a ir “colgadas”, intentaba hacerme chiquita, para que al menos subieran un escalón más (yo iba peligrosamente cerca del chofer). Por suerte alguien les ofreció asiento, “a ver si alcanzo a llegar hasta allá” gritó una, agradecida, pero NADIE MÁS se movió para que la señito avanzara, ¿de verdad, gente? ¿Por qué no empezamos a ser más amables entre nosotros? Sería bonito que además de exigir que los automovilistas y sus respectivos choferes nos respeten, lo hiciéramos entre nosotros, los peatones.
Ceda el lugar.