El escritor austriaco Thomas Bernhard fue indiscutiblemente una de las figuras estelares de la literatura europea del siglo XX. Desde la aparición en nuestro idioma de su novela Trastorno a finales de lo años setenta, Bernhard se convirtió en un referente central para escritores y lectores por igual, quienes generaron en torno suyo un culto y una devoción que no hizo sino crecer con el tiempo. Trastorno es una novela que realiza un recorrido por una población rural austriaca en la voz del hijo del médico de dicha región. El narrador acompaña a su padre durante una ronda de visitas médicas y ve desfilar frente a sí a una serie de variopintos y delirantes personajes que van desde un ingeniero misántropo recluido al interior de su mansión, dedicado a la escritura y la gestación de una gran obra maestra literaria hasta el hijo de un molinero que padece una enfermedad degenerativa pasando por un inmigrante turco al que obligan a matar y disecar a todos los especímenes de un aviario. El último personaje en aparecer es el Príncipe de Saurau: un excéntrico aristócrata que se adueña de la narración en un febril monólogo utilizado por Bernhard para representar el trastorno mental no sólo del príncipe sino de la sociedad austriaca en general.
Lo importante en Trastorno es el delirio colectivo, el trastorno de toda una sociedad que a partir de los fundamentos que la sostienen inocula un irremediable malestar en sus ciudadanos. Cada uno de los personajes vive y expresa el malestar que le corresponde a su condición social. La vida y las vicisitudes que cada uno de ellos enfrentan resultan ser síntomas precisos del sofoco existencial de la sociedad en su conjunto. Lo que Bernhard nos muestra a través de su novela es que las manifestaciones patológicas de los individuos resultan ser más que simples aberraciones aisladas. Son el resultado de la forma en la que la sociedad se entiende a sí misma.
El inmenso grado de descomposición social que campa en México tiene que ver con la manera en la que el país ha planteado sus fundamentos. La corrupción, la manipulación y la mentira, el contubernio entre los poderes fácticos y los oficiales, la desigualdad y el abuso configuran un caldo de cultivo que explica la mayoría de los males que padecemos. Los brotes de violencia (sea perpetrada por el narcotráfico, el Estado, el gremio magisterial, los grupos de autodefensas o las grandes corporaciones) configuran un síntoma más que una enfermedad en sí misma. La enfermedad subyace en el sistema que se ha erguido no con base en la legalidad, sino en la imposición y la fuerza. Los trastornos nacionales son el devenir natural de un modelo criminal y excluyente cuya dirección se traza a partir del atropello institucional, el cinismo y la hipocresía que emanan desde los círculos de poder –en sus distintas vertientes– más elevados. Podemos culpar y ocasionalmente castigar a este narcotraficante, político o líder sindical corrupto, a aquel empresario, comunicador o delincuente común. Pero la verdadera enfermedad se encuentra en el núcleo del modelo actual, que seguirá produciendo engendros de violencia mientras sigamos instalados en modificaciones cosméticas que sólo sirven como simulacro.
(DIEGO RABASA)