A todos nos toca vivir
un pequeño fin del mundo,
ese instante iracundo
en que se puede sentir
a la Tierra sacudir,
más de súbito comprendo:
débil hilo del que pendo
y el alma en eterno brinco,
pues desde el ochenta y cinco
todo se sigue moviendo.
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Hay recuerdos que se borran,
y hay recuerdos que recuerdan;
si el recuerdo no te recuerda,
eres tú el que se borra.
Recuerdo el día y la hora,
recuerdo el dolor profundo
y de pronto, me confundo,
el corazón se remueve
cual septiembre diecinueve:
todo cambia en un segundo.
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De pronto, pasan 30 años
y esta ciudad que caminas,
va cargando con sus ruinas
y con millones de extraños.
Criaturas del desengaño,
nos miramos diferentes,
la muerte nos pela los dientes
y ya todos lo sabemos,
cuando a los ojos nos vemos
miramos sobrevivientes.