Incluso aquellos que nominalmente siguen credos más tradicionales se apoyan en la fe en el futuro para no perder la compostura mental.
John Gray,
El silencio de los animales
En el centro de la nave construida por el arquitecto Alberto Kalach, para albergar las exposiciones de la Galería Kurimanzutto, yace un pequeño montículo de chocolate. Sobre lo que ahora es un pequeño cráter de cacao cada 3.6 segundos cae una gota de un surtidor que cuelga del techo. “¿Por qué específicamente este intervalo?”, le pregunto a la artista Minerva Cuevas. “Cada vez que cae una gota sobre el montículo de chocolate una persona muere de hambre en el mundo”.
Una de las banderas que enarbola el neoliberalismo para justificar sus fundamentos es la noción de progreso. La ciencia prolonga la expectativa de vida de aquellos que pueden pagar por sus beneficios. La tecnología hace la vida cada vez más veloz y más fácil y el conocimiento sigue una ruta ascendente imparable. Los excesos necesarios para que este modelo siga su cauce vienen acompañados de plataformas de propaganda voraz (la sociedad del espectáculo) que encubren los horrores que va dejando tras de sí. El cambio climático, la esclavitud o, volviendo a la pieza de Minerva Cuevas, el hambre sucedan de espaldas a nuestra visión del mundo. No importa que, según datos del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, una de cada nueve personas en el mundo padezca hambre, seguimos convencidos de que nos movemos hacia delante.
Dicha concepción del mundo ignora la enajenación violenta que promueve la sociedad de consumo o, como dice el filósofo John Gray, decide ignorar que “el encanto de un modo de vida liberal consiste en que permite que la mayoría de la gente renuncie a su libertad sin saberlo”. La libertad en el mundo moderno radica en nuestra posibilidad de elegir si queremos comprar un Iphone azul o blanco pero no en si queremos (o necesitamos) un Iphone en primer lugar. Volvemos a Gray: “Si hay algo único al animal humano es que tiene la capacidad de aumentar el conocimiento de forma acelerada y al mismo tiempo es crónicamente incapaz de aprender de la experiencia humana”.
El eje rector de la exposición Feast and Famine (Festín y hambruna) de Minerva Cuevas es la re-presentación de un modelo social y económico que por una parte se erige en torno a la conceptualización del ideal eurocentrista de civilización, y por la otro sucumbe ante un sistema que esclaviza, depreda y condena a millones de seres humanos en el mundo. El canibalismo, visto como una de los actos prototípicos de las antiguas sociedades “bárbaras”, es atajado por Cuevas como el arquetipo de la hipocresía que sostiene dicho modelo. Comer carne humana coloca a los miembros de una tribu más cerca del Cro-Magnon que de una persona educada, pero utilizar ropa de moda a buen precio hecha en fábricas de esclavos se asume como un efecto, quizá indeseable, pero aceptable del mundo en el que vivimos.