“Cuando la bomba entró a las calles de tierra de Turícuaro, hace 10 años, nadie imaginó que en ese momento llegaba algo más que un aparato para extraer el agua a 150 metros de profundidad e impulsarla a 500 casas. Los políticos que encabezaron su instalación declararon que el agua alentaría la prosperidad, y ninguno de los 3 mil habitantes de ese pueblo michoacano supuso que ese conjunto de piezas electromecánicas era una diosa enigmática que les impondría un castigo cruel: anunciar un porvenir de agua abundante, y al poco tiempo no volver a darles una gota”.
Hace ocho años empecé así un reportaje sobre la pavorosa escasez de agua en la Meseta Purépecha.
Un día de 1995, los turicuarenses, por primera vez en sus vidas, abrieron el grifo de sus casas y tocaron el agua potable. Al fin dejarían de depender del itsï uerati, el antiguo ojo de agua al que llegaban tras largas caminatas y que los abasteció 650 años. Así, Turícuaro se integró al grupo de 74 millones de mexicanos con agua entubada en casa. Pero pronto se movieron a otro universo estadístico: los mexicanos con tuberías en su hogar pero que al abrir la llave no reciben agua, sino un eructo seco.
¿Por qué la bomba dejó de funcionar? “Se quemó porque llueven tormentas de agua que causan grandes relampagueos”, me dijo el comisario Jerónimo Sánchez, jefe de la comunidad. “Es una falla del switch por uso intensivo”, reviró el maestro Celerino Sánchez. Y Alicia Gómez, ama de casa, opinó diferente: “Como la bomba nunca tuvo mantenimiento, primero nos dio agua mala, espesa, y luego se rompió”. Y según Jesús Morales, alcalde de Nahuatzen (municipio del que es parte el pueblo), la máquina había rebasado su vida útil: “Les ofrecimos una bomba nueva; mitad la pagan ellos, mitad nosotros. Pero los indígenas (sic), con tal de no dar un peso a la autoridad, prefieren estar sin agua. Bienvenido sólo lo regalado”.
¿Y qué respondió a eso el pueblo? “Cuando nos pusieron la bomba, el municipio dijo, ‘préstennos para pagar nuestra parte, luego se lo reintegramos’. Juntamos 100 mil pesos, nunca los devolvieron y ahora quieren más”, justificó el maestro Celerino.
La única certeza fue que, con la bomba estropeada, el viejo ritual debió volver: las mujeres empezaron a caminar junto a sus hijos hacia el ojo de agua; ellas con garrafones atados a sus rebozos; ellos con botellitas.
Una de esas tardes me reuní con Francisco Martínez Gracián, cura de la Meseta Purépecha, geólogo creador de pozos en la región y líder social: “El Programa Oportunidades nos está dañando -sostuvo-. Aunque la gente no trabaja recibe billetes; se vuelve atenida, por el paternalismo de estado deja de luchar. Aunque en purépecha agua se dice itsï, que viene de tsï, alegría, ya no les preocupa ni su agua”.
A la cabecera municipal le importaba poco que el pueblo no tuviera agua potable, y al pueblo tampoco parecía molestarlo gran cosa. Vi a sus habitantes -casi todos analfabetas- sucios y descalzos deambular ociosos en las calles tomando refresco, entregados a su suerte fúnebre: vivir con unos pesos del Programa Oportunidades.
Hoy leía noticias sobre Michoacán: Wilfrido Gómez, alcalde de Nahuatzen (donde está Turícuaro) fue acribillado este año frente a su esposa e hijos; el gobierno estatal de Fausto Vallejo se declaró quebrado; el dirigente del SNTE Francisco Flores fue asesinado el jueves y, como tantas otras localidades, Turícuaro, aquella población moribunda, ya armó su Policía Comunitaria de autodefensa.
La pobreza, el analfabetismo, la violencia, la ignorancia y docilidad social; el asistencialismo, e incluso la resignación a una inservible bomba de agua, engendros todos del desgobierno, hicieron que Turícuaro despertara de su letargo hecho una fiera: tristemente, hoy el pueblo cree que sólo en las armas hay luz.
(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)