La pasión se desborda por un tema que podría parecer de nicho, pero que en realidad es redonda expresión de otros malestares: Uber, servicio de transporte privado (que algunos califican de taxi y que se contrata mediante una aplicación móvil o en sitio web), ¿se queda en México o es desterrado (como ya ha sucedido en otros lugares)? Esa ha sido la pregunta en redes sociales y en medios de comunicación. Y sí, la pasión se desborda.
Yo no tengo la menor duda: que Uber se quede (y que conste que no soy usuaria del servicio porque ya ando enganchada con otras aplicaciones para llamar taxis seguros). Y quiero que se quede porque el usuario debe poder decidir qué servicio contratar, cuánto pagar por él y porque es un asunto también de seguridad. Lo ideal sería que como colectividad exijamos mejoras en el transporte público en general. Lo obvio es que, como individuos, resuelvas tu cotidianeidad ante la inacción gubernamental.
Subirte a un taxi es, en muchos lugares, un albur. Condiciones de unidades en franco deterioro, cobros arbitrarios, actitudes de quienes conducen, pero, sobre todo, el hecho de que una se encuentra sola con otra persona y encerrada en un automóvil. Ahí se impone la necesidad de sentirte segura. Lo que las aplicaciones móviles han traído para los usuarios de transporte tipo taxi en ciudades como el Distrito Federal son la posibilidad de saber quién irá por ti, en qué carro, su teléfono y las condiciones de servicio. Te permite rastrear, o dejar que rastreen, el recorrido. Saber si llegaste bien o dónde estás, pues. No es cosa menor justo porque lo mismo no te lo puede garantizar el servicio tradicional de taxis, ni de otros transportes públicos en la ciudad. ¿Por qué tendría el usuario que renunciar a la posibilidad de un buen servicio cuando el tradicional no siempre cumple con los mínimos requeridos?
Hace unos días, en un restaurante y de noche, activé la aplicación que uso para pedir taxi. La mesera se da cuenta y me dice que mejor tome uno seguro, ahí del restaurante. Lo hice. Al final, el taxi del restaurante me costó el doble de lo que habría pagado con mi aplicación (el chofer me insistió en que él debía darle 50 pesos a la mesera y 50 al capitán por cada viaje que ellos engancharan), además de un servicio deficiente porque el conductor era nuevo y se perdió hasta en el Periférico. Así las cosas.
Si hay que revisar y nivelar condiciones legales de quienes ofrecen servicio de transporte público y privado, adelante. Pero en lugar de expulsar a Uber (u otras aplicaciones) o condenarlos a la misma legislación abusiva vigente, elevemos el estándar para todos. Estándares de calidad y de atención al usuario. No a quienes controlan los servicios existentes.
#UberSeQueda
(Gabriela Warkentin)