El mayor miedo que todos enfrentamos tiene su origen en no creernos capaces o suficientes. Ese miedo está pegado a nuestra piel y puede paralizarnos. Acá les cuento cómo puedo vencerlo cada día
Por Genaro Mejía
Miedo. Este era el sentimiento que se me trepaba por todo el cuerpo al salir hacia la escuela. Tenía apenas nueve años y llevaba meses sufriendo burlas, empujones y humillaciones de algunos de mis compañeros de clase.
No sé por qué se ensañaban así conmigo: por mis zapatos gastados y mis pantalones con parches, por mi obesidad y cara de oso panda, o por ser el más aplicado de la clase y consentido de la maestra.
Recuerdo a un abusón en especial; se llamaba Paco. Y recuerdo un día en particular en el que todo lo malo que podía pasar ocurrió. Me robaron mi lunch, regaron mis útiles por todo el salón y gritaron a coro: “Gordinflón, gordinflón.”
Cuando sonó el timbre que anunciaba el fin de las clases, salí precipitado hacia mi casa. Pero no llegué muy lejos. Paco y dos amigos suyos me esperaban detrás de unos árboles. Comenzaron a empujarme y a gritarme “maricón” cuando vieron que no me defendía. Quise huir, pero no me dejaron.
No sé cuántos minutos pasaron, pero el tiempo parecía detenido en ese momento. En uno de los empujones, caí al suelo llorando e implorando que pararán. Fue entonces cuando me levanté enardecido y, sin saber de dónde, saqué fuerza y arremetí contra Paco a puñetazos. No pudo ni meter las manos. Y no paré hasta dejarlo tirado en el piso con la cara llena de sangre.
Cuando regresé a casa, traía el cabello revuelto, la ropa llena de tierra y algunos golpes en la cara y los brazos, pero había recuperado mi dignidad. Mi mamá me miró y, sin preguntarme nada, sólo me abrazó y lloramos juntos.
La raíz de todos los miedos
Los abusos de Paco y sus secuaces terminaron para siempre ese día, pero en los siguientes años enfrenté –igual que todas y todos ustedes– muchos miedos e inseguridades, pero –igual que, estoy seguro, les pasó a ustedes– logré vencerlos.
Si eres o has sido líder de algún equipo o de algún negocio, sabes que el miedo es el peor consejero, pero también sabes que hay un miedo, la raíz de todos los demás miedos, que te acompaña cada día y que traes pegado a la piel: el miedo que nace de no creer en ti.
Este miedo, que muchas veces se puede confundir con el Síndrome del Impostor, va mucho más allá y se revela cuando te sientes incapaz de enfrentar el reto que se te presenta enfrente o cuando no crees ser suficiente para ser aceptado y amado.
En mis 48 años de vida he sentido este miedo millones de veces. En el lado profesional, he dudado de mi capacidad, de mi experiencia, de mi inteligencia. En la parte personal, he dudado del amor de mi padre, de mis hermanos, de mi pareja, de mis amigos…
Pero nunca, desde que tengo memoria, he dudado del amor de mi madre, y es en ese amor donde he encontrado el pilar de fortaleza para vencer todos mis miedos.
Gracias al amor incondicional de mi mamá también ahora puedo dar ese amor incondicional a mi hijo. Gracias a la certeza de ese amor, no importa que el mundo esté patas para arriba, sé que voy a salir adelante.
Cada vez que ese miedo me invade, vuelvo a esa escena cuando tenía nueve años, donde mi madre me abraza y llora conmigo, y vuelvo a confiar en mí, en que yo puedo. ¡Gracias, má, por tanto! ¡Yo sé que tú también puedes!