“Un ateo del balompié”, por @felpas

Me declaro ateo del futbol. Me tiene sin cuidado. De hecho, me son indiferentes todos los deportes. Hay quienes se excusan: “yo no sigo el soccer, pero no me pierdo los partidos de la NFL”, o el básquet, o la serie mundial de beisbol. A esos los redimen otros dioses. A mí no.

Sea el futbol, la religión, la ideología, el rock o la política, me resulta tediosa la charla monotemática, la ausencia de variedad, la repetición de los mismos tropos, el frenesí por llenar el álbum Panini.

De niño, me fastidiaba que hubiera mundiales porque ponían partidos en lugar de caricaturas. De adulto, he aprendido a transigir, a fingir una fe que no profeso, a decir alguna vaguedad cuando otra persona quiere empatizar conmigo con un comentario futbolístico.

—¿Cómo viste al Tri contra Bosnia?

—Qué tal, ¿eh? —es mi respuesta para evitarme preguntas; da pie a que el interlocutor externe su erudición en alineaciones y arbitraje, mientras yo hago como si entendiera.

Como mi hijo me salió aficionado, he tenido que llevarlo al estadio, emocionarme con él si gana el Cruz Azul y lamentarme que su equipo nunca logre un campeonato. Pero en realidad lo que me emociona —padre sensible que soy— es verlo entusiasmado, no los aciertos o desventuras de los jugadores que él idolatra.

En un mundo fundamentalista, ser ateo se castiga con el ostracismo y a veces con la muerte. En México, no creer en Dios se premia con ahorrarte ir a misa y evitarte mantener con diezmos y limosnas a una oligarquía opaca. En cambio, aquí sí se penaliza al ateo del futbol. Si eres niño, te garantiza experimentar la creativa crueldad de los bullies de la escuela que te preguntan si eres una niña, marica. Incluso los propios balones se ensañan contigo si no crees que Dios sea redondo: en los recreos, esos esféricos curvan deliberadamente su trayectoria para ir a romperte la nariz.

El ser humano es un animal gregario, programado para imitar las pautas colectivas hasta ser aceptado en el grupo. En el fondo, el futbol apasiona no tanto por su belleza intrínseca, sino por el reforzamiento de la comunidad alrededor de ese tema. Es comportamiento tribal, irracional. Tanta inteligencia desperdiciada en la cháchara alrededor de un equipo. Tanta belleza perdida por una camiseta que nos uniforma.

Seguramente veré algunos partidos del mundial de Brasil, y gritaré gol para no desentonar, para no ser tachado de amargado, para evitar el aislamiento. Pero en realidad, lo digo aquí, me vale su estúpida pasión futbolística.

(FELIPE SOTO VITERBO / @Felpas)