Ayer conocí a Adrián, un chilango común con un espíritu singular.
Va su historia: estudió ingeniería, trabajó en un gran corporativo y, como en cuento clásico, su carrera iba en ascenso; luego, tuvo que renunciar por asuntos personales, se dedicó a los negocios familiares y trabajó en varias otras empresas, ahora en administración, hasta que perdió la chamba. Varias décadas de vida resumidas en dos minutos por un hombre nacido en la Guerrero, casado, padre de dos adolescentes. ¿Cuántas historias así conocemos? Pero esta es peculiar, por lo que podemos aprender de él.
Cuando se quedó sin trabajo, un amigo le habló de Uber, de la que nunca había escuchado ni pío. Jamás había trabajado como chofer, pero acreditó todos los exámenes y se esforzó en aprender y consiguió ser chofer en esta “tan cibernética” empresa de transporte vía app.
Nueve días después, le tocó #bonitoplantón en Reforma. No una marcha de las acostumbradas, sino el susto que nos dieron los de la CNTE el 10 de febrero pasado, cuando decidieron pernoctar en la avenida.
Ese día, a las ocho de la noche, recogió en Palmas y Periférico a un usuario que apenas hablaba español. La misión era llegar a la Glorieta de Colón. “Me vine por todo Reforma”, pero todo estaba “a vuelta de rueda”. El pasajero, desesperado.
Luego de dos horas: “No se preocupe, mister, ya estamos aquí, cerquititita”. Pero nada, todo cerrado. “¡Oh surprise!”, era imposible llegar: pasaron por la Juárez, Circuito y la Tabacalera para acabar en Balderas y de vuelta a la Juárez. “Hay manifestantes plantados alrededor de la Glorieta de Colón”, le dijeron policías. “¡Híjole!, y ahora ¿qué hago?” (el pasajero “seguía preocupado”). Más vueltas hasta llegar a la calle de Atenas, donde estacionó “lo más cerca que pudo”, entre camiones de maestros y granaderos “y le digo: mister, baje, y lo acompaño a su hotel, walking” (“¿¡walking?!”). Caminaron, él con su portafolios abrazado al frente. “Cruzamos Reforma, brincamos entre los maestros, con respeto saludamos, yo lo vi como algo muy natural, pero él sí estaba un poquito alarmado”. Lo habían logrado, y Adrián se despidió con un “congratulations”, porque ya estaban en el hotel; el pasajero respondió: “Muchas gracias, Adrián” (en español).
Al hablar, Adrián es sumamente correcto y cortés. “Jamás me imaginé que este hombre iba a escribir esa historia”, y mientras lo escucho, me maravilla su orgullo por servir (y pienso que no debería maravillarme, que todos deberíamos ser así, que lo hemos perdido –si es que lo tuvimos-). “Para mí fue muy simple: servir. Si algo me agrada es servir a los demás”, dice sin el menor aspaviento o indicio de vanidad.
¿Por qué Adrián llevó caminando a su pasajero hasta el hotel? “Por atención, nada más por eso, porque la gente que se sube aquí quiere ir de un lado a otro, pero quiere que lo dejen exactamente donde ellos pidieron. Pues yo dije: lo voy a llevar aunque sea caminando y lo acompaño hasta su hotel, así se me hizo de sencillo, por brindarle un servicio que brinda la empresa, a través de mí”.
Así de sencillo y de sensato. Dice que hacerlo “me llenó de satisfacción, ¡qué bueno poder hacer algo por los demás!”. Fue por ese pasajero que esta semana Adrián fue reconocido como uno de los choferes de “seis estrellas” de Uber: la mejor historia enviada por un usuario. “Me dicen que de varios países hubo ganadores, y de ellos, fui el único de América Latina”. El único latinoamericano de nueve premiados en 300 ciudades en el mundo.
En algún momento de nuestra charla, cuenta que nadie le dijo que caminar con el pasajero era “política de la compañía”, porque las políticas de las compañías, pero sobre todo, las de la vida, las hacemos nosotros, la gente. Así que más nos valdría tomar el ejemplo y encontrar el gozo en lo que hacemos. Por eso, me sumo y le digo: “Muchas gracias, Adrián”.