No me calienta ni el sol. Desde hace una semana, esto pasó de ser la mejor experiencia de mi vida, a una tragedia tras otra. Chale. Me da hasta vergüenza contárselos, pero mejor que se enteren por mi y no por alguien más. Sí, soy yo, el que se fue al Mundial engañando a la mujer diciéndole que me había ganado un viaje cuando en realidad he pagado hasta lo que no tengo y que les he estado escribiendo las últimas dos semanas.
Vaya, no sé ni por donde comenzar. Sólo sé que desde que perdió México, una extraña fuerza parece haber tomado conducción de mi vida para llevarla mal.
Y les confirmo: nos robaron. Yo estaba ahí y se ve que la FIFA no nos quería en la final, porque, ¡no era penal! ¡Es clarísimo que no era penal!
Pero bueno, no les hago el lodo más grueso y mejor me sigo. Como se podrán imaginar, después del partido lloré como pocas veces. Estuve como media hora a lágrima descosida y moco suelto, con todo y pataleta, respiración entrecortada, contracciones musculares y ocasionales chisguetes de orina.
Del suelo, me levantaron unos compas bien buenas gentes. Nos consolamos mutuamente; tequilazo, secarse las lágrimas con el antebrazo, tequilazo, aspirar los mocos, tequilazo. Y pues sí, ya salimos borrachos y embragados y riájatelas, que se ponen pesados y comienzan a toquetear a una chamaca más buena que mojar el pan de dulce en chocolate. Y como salió el marido y el hermano a ponernos un alto, estos canijos lo madrearon. Gacho. Con saña. Yo no, nomás le di una patada, pero entre tanto trago y relajo, me dio por vaciar la tubería, por lo que no me vio la policía en cuanto los apañaron. ¿Y ustedes creen que tuve buena suerte por eso? Pues no. Les había dejado mi cartera para que no me la fueran a robar en los baños públicos. Entonces ni pa’ pagar el hotel ni pa’ tragar. ¡Y ni modo de ir a la policía a buscarlos porque en una de esas, igual y también me estaban buscando!
Borracho, caminando sólo y desamparado, decidí regresarme a mi casa antes de tiempo. Ya estuvo bueno. ¡No sea que con mi cuerpecito, acabe yo en cárcel brasileña y ni el idioma entiendo! Además, ¡yo vi en la tele como le fue a la Trevi en el tambo! Por eso, le llamé entonces a mi vieja y le dije que los extrañaba demasiado para —sin confesarle nada, me dio pena— pedirle me mandara un giro de dinero para liquidar el hotel, poder comer algo y adelantar mi avión. “Aaaaay, Ruperto, llámame más tarde que ando ocupada, pero no te preocupes por nosotros, quédate allá todo lo que necesites para apoyar a México”, y me colgó la condenada.
Entonces, hice lo que todo hombre de bien hace: le marqué a mi compadre. Ring, ring, ring, ring y el número que usted marcó se encuentra fuera del área de servicio. Segunda vez ring- riiiing-riiiiiiiiiing, y entonces sí me contestó con la voz entrecortada. ¿Que pasó compadre?, le pregunté por escucharlo tan agitado. “Nada compadre, dejé el celular en el buró y subí corriendo porque imaginé que necesitabas algo”, me respondió. ¡¿Cómo supo que era yo?! No pude decirle nada. Sólo le colgué. Y lloré de nuevo, pero mil veces peor. ¡Con razón mi gorda no me la armó de jamón ni una vez con el viaje! ¡Chingau, compadre!
Pero esto no se queda así, me dije. Vendí mi reloj y me fui a ligar. Era tan noche, que después de mucho buscar, mi suerte pareció al fin, cambiar y encontré en un bar a una chica muy alta, piernas duras, pompas torneadas, cuerpo atlético, pechos operados pero grandes, firmes, bien hechos, y sin más, la besé. Para mi sorpresa, no sólo no se resistió sino que también, me besó. ¡Y qué bien besaba! Acaricié luego sus piernas y pompas y “bonitinho”, me susurró al oído. Y pues me animé, para luego descubrir con rediezmil carajos, que el sartén tenía mango, ¿me entiendes? Sí, ¡la llanta tenía pivote!
¿Y cómo voy a volver a mi casa? Sólo se me ocurre ir un evento de Dilma a mentarle la madre a ver si me deportan… ¡Ay, Dios mío, si por andar de cínico en el mundial te ofendí, con esto que me ha pasado ya me quedas debiendo!
(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)