Villiers de L’Isle Adam tiene un cuento llamado La tortura de la esperanza, en el que un prisionero logra escapar de las mazmorras de la Inquisición. Después de correr durante horas, se hecha en el suelo a llorar de agradecimiento. Es ahí donde se encuentra con su verdugo y comprende que ha sido víctima de una perversa tortura.
Entre los días más felices que recuerdo haber pasado en este país está el lunes 3 de julio del 2000, la mañana siguiente a las elecciones en las que 42% de los mexicanos decidió que era hora de deshacerse del PRI. Recuerdo la cara de incredulidad que teníamos muchos capitalinos. El cielo era particularmente prístino y, como en la novela de Jonathan Safran Foer, todo estaba iluminado.
Este domingo, en cambio, fue uno de los días más tristes que yo recuerdo. Los capitalinos llevaban en el rostro estupor y vergüenza por el crimen del periodista Rubén Espinosa y las jóvenes activistas que lo acompañaban, pero también algo que yo no había visto nunca, ni siquiera tras la muerte de los 43 estudiantes de la Normal Superior de Ayotzinapa. Esa expresión distinta no era otra cosa que miedo. Hasta este fin de semana, la Ciudad de México había sido un oasis comparado con el resto de la República, una burbuja en la que todavía era posible vivir fingiendo que en este país no hay una guerra y que no nos están exterminando. Tras el crimen del fotoperiodista y de las cuatro jóvenes violadas antes de que las asesinaran en plena colonia Narvarte, se pinchó —no sé si para bien o para mal— la burbuja imaginaria.
Al final de ese día tan triste que, a diferencia del 3 de julio, era lluvioso y opresivo, me metí al cine Diana donde pasaban Tierra de cárteles, un documental tremendo pero muy recomendable, que muestra cómo el gobierno de México desactivó con sobornos y divisiones el único movimiento genuino que ha habido para luchar contra el narco: las autodefensas de Michoacán, coordinadas por Manuel Mireles. Las película comienza y termina con policías cocinando anfetaminas mientras explican, con toda naturalidad, que desde hace tiempo en México los bandos de los traficantes, el Ejército, los paramilitares, los políticos y la policía conforman uno solo.
Al salir de ahí pensé con nostalgia en el año 2000 y en la sensación de que por fin nos liberaríamos de esa lacra. Recordé el cuento de Villiers de L’Isle Adam y me dije que nuestra felicidad de aquel entonces fue un espejismo muy efímero. Como si nunca se hubiera ido, en nuestro horizonte no se percibe otra cosa más que al inquisidor y su maquinaria represiva. El sueño duró muy poco. Hace tiempo que volvimos, y por nuestro propio pie, al putrefacto calabozo.
(Guadalupe Nettel)