En Paseo de la Reforma huele a nísperos y guayabas recién cortadas. Toño Pulido se arrodilla y desprende una semilla de rábano del arbusto repleto de flores violetas. La fachada de su casa de madera reciclable es un mural y a un lado hay una pérgola construida con huacales en los linderos de un bosque frutal: un edén en medio de la ciudad.
En Tokio abundan los jardínes comunales y en el Village y el Harlem neoyorquinos los huertos son punto de encuentro y símbolo de la ciudad contemporánea.
En Reforma y la calle Manuel González –corazón de Tlatelolco– La Cosecha es un oasis: el primer bosque citadino comestible de grandes dimensiones –1,600 metros de árboles y hortalizas– y un revolucionario experimento de comunidad en una ciudad cuyo vértigo –tráfico, un metro abarrotado, calles asfixiadas por vendedores ambulantes– deja poco espacio para detenerse y tomar aire.
Hace un año el edén era una montaña de basura. Ana Guerra y Gabriela Vargas, fundadoras de Cultiva Ciudad, convencieron a la delegación Cuauhtémoc de donarlo para un espacio verde. Toño Pulido, cafetalero veracruzano, estaba por emigrar a Estados Unidos y un arquitecto lo convenció de convertirse en guardabosques de zarzamoras, guayabos, chícharos negros y ese arbolito que no sabe si al crecer será un limonero.
Ana y Gabriela invitaron a los vecinos y comenzaron a llegar aportaciones y 30 voluntarios por semana, la mayoría viejos – 7 de cada 10 de los 28 mil habitantes de Tlatelolco nacieron en los años 50– a limpiar y sembrar. Se sumaron los muchachos de la secundaria 106 y más tarde Lina Caballero, Havo Echevarrena y Carla Brocoli, jóvenes diseñadores. Construyeron la pérgola de huacales y la rellenaron de jazmínes. Pintaron los murales con figuras de maíz y un molino de viento.
Y el milagro de la conversión se consumó.
“Un día vino Enrique Olvera, del restaurante Pujol, y se llevó un costal de rábanos”, recuerda Ana. “Los vecinos, que antes lanzaban bolsas de basura desde las ventanas, vienen a cortar frambuesas y guayabas”, dice Toño. Un sábado reciente se anunció un picnic comunitario. El mixólogo Joseph Mortera preparó unos cocteles y hubo cuatro grupos de música. Mamás y abuelas tendieron manteles en los jardínes para comer fruta recién cortada, en el jardín de todos.
A futuro la idea es construir un invernadero, un salón de clases y una cocina, con aportaciones colectivas y voluntarias.
“Lo más sexi es un acto revolucionario que puedes hacer con tu abuelita”, sonríe Lina y acaricia una lechuga. “Queremos que este lugar se convierta en una luz de la ciudad”, dice Havo.
En Reforma, pasando una glorieta, cerca de donde repta una marabunta de microbuses atestados, hay un edén con árboles, flores y sombras, en la ciudad que nunca se detiene a respirar.
(WILBERT TORRE / @WilbertTorre)