No sorprende, a estas alturas, que el gobierno mexicano haya gastado 20 millones de dólares en convencer a los productores de la nueva película de James Bond de hacer cambios en el guión para que el país no ande figurando en los cines del mundo como el nido de víboras homicidas que, de hecho, es. Si ya le pagamos a la prensa internacional para que hablara del “momento mexicano” (que nunca existió) y maquinara encabezados dignos de una gacetilla, como el famoso “Saving México” (que ha sido el mejor chiste del sexenio), ¿qué más da? A fin de cuentas, los recortes presupuestales que hemos oído silbar sobre nuestras cabezas han dejado intacto lo esencial para la vida del país: dinero para salvar nuestra imagen en Hollywood.
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Ahora bien, ¿qué sucedería con un James Bond real, es decir, un agente secreto de una potencia extranjera que visitara México en misión oficial? Me temo que nada similar a lo que veremos en la pantalla. Por primero de cuentas, no habría necesidad de que el súper espía contrabandeara armas camufladas como bolígrafos, relojes, rastrillos de afeitar o tupperware con jícama, porque desde hace años los agentes extranjeros las portan en nuestro país con total libertad. La reciente iniciativa de reforma del Presidente para permitírselos, al menos a aduaneros y oficiales de migración, es más bien un asunto de protocolo que regulariza un hecho consumado, según le dijeron fuentes de la DEA y el FBI a la revista Proceso. Por otro lado: esto es México. Bond podría ir por la calle con dos Colt Anaconda calibre .44, un subfusil y un lanzagranadas y ningún policía voltearía a verlo.
Eso sí: sería un error que el Bond real circulara en alguno de esos poderosos bólidos intervenidos con los habituales cohetones, sistemas anfibios y visores digitales insospechados que su colega de la ficción utiliza. Durante 2014, en el país fueron robados alrededor de 63 mil automóviles asegurados y un número no determinado, pero altísimo, sin asegurar. Eso en cuanto a hurtos totales, porque el número de autopartes saqueadas es tan alto que no hay estadística que pueda acercarse a la realidad. Es decir, que Bond podría salir de un hotel de lujo o un casino, luego de echarse sus martinis agitados pero no revueltos y encontrarse con que a su Rolls Royce le tumbaron la antena satelital o la palanca que lo convierte en submarino. O que, de plano, se esfumó sin dejar huella (la carcasa aparecerá un año después, en un lote de chatarra en Perote, Veracruz).
Por último, pero no menos importante, cualquier Bond de misión en este país tiene que aprender a distinguir a los súper villanos que debe eliminar, que son multimillonarios con hambre de destrucción, de los “líderes que mueven a México”, que son otros multimillonarios con hambre de destrucción pero que tienen RFC y empresa con conmutador. La diferencia es clara: los unos quieren volarnos con una sola bomba mientras que los otros quieren aniquilarlos, sí, pero a plazos. Factura a factura.
(Antonio Ortuño)