Doña Eva, de 52 años, fue asaltada este lunes a las nueve de la noche, en un camión que circulaba por la Gustavo A. Madero.
“Sólo” le robaron el celular, así que en cualquier estadística delictiva se podría considerar como un tema menor, porque “ni siquiera” hubo violencia.
Pero traigo la historia a estas páginas no por el asalto en sí mismo (que deberíamos siempre considerar grave), sino por lo que sucedió después.
Doña Eva, junto con otros 10 pasajeros que también fueron víctimas del asalto (en total hubo unas 25 víctimas, pero el resto prefirió irse a su casa), fueron a la agencia del MP para presentar su denuncia.
De una primera agencia a la que fueron los mandaron a otra, porque “no era de su jurisdicción”. Y en la segunda la novedad fue que no había nadie ante quien denunciar.
La única persona con autoridad se había ido “a una diligencia”.
Si quieren, espérenla, les dijeron.
Las 10 víctimas habían decidido esperar “a la licenciada”, pero pronto se arrepintieron. Unos policías se acercaron para prevenirlos. Textualmente les dijeron: ¿De veras van a denunciar? Piénsenlo bien. Recuerden que tendrían que dejar sus datos en el acta y los asaltantes tendrían acceso a ellos. ¿Se van a arriesgar a que los vayan a buscar en sus casas?
Peor, otro grupo de policías aceptó que conocían a los asaltantes, sabían de qué colonia era, pero poco podían hacer. Los conocen, les dijeron, y no veían razones de peso para “molestarlos”.
Nueve de los 10 denunciantes, por supuesto, optaron por retirarse. Sólo uno se quedó (recordemos: uno de 25 víctimas). Necesitaba el acta para reponer unos papeles que le robaron. Ni modo.
Doña Eva salió de la agencia después de las 11 de la noche (con el riesgo de que la volvieran a asaltar).
El colmo: los choferes les contaron que no hay operativos para prevenir los asaltos, porque se denuncian muy pocos.
Tengo claro que esta pequeña historia no es sorpresa para nadie. Cuántos no han (hemos) vivido historias parecidas.
Sorprende, en todo caso, que quizá sea una historia nueva para las propias autoridades. Supongo que nunca habían escuchado que algo así sucediera en plena Ciudad de México.
De otra manera, no podría explicarse que no hayan dado un solo paso para permitir que se levanten las denuncias, se proteja a las víctimas y se detenga a los responsables, a pesar de que hay miles de víctimas cada año.
Reformas van y vienen, incluso ya hay juicios orales, pero lo cierto es que no hemos avanzado nada para resolver estos casos, para que valga la pena presentar una denuncia o para que bajen los índices de impunidad.
Cada día, en esta ciudad, 200 robos comunes son denunciados ante el ministerio público. El caso de doña Eva no estará incluido, porque sólo se cuentan los que se denuncian, así que pronto será olvidado.
A ella, por supuesto, no se le va a olvidar. Y no hablo sólo del asalto, sino sobre todo del profundo desprecio de la autoridad (desde el policía de a pie hasta el jefe de Gobierno).
Señora, fue sólo su celular. Vaya a su casa y agradezca que no le hicieron nada. Su caso no amerita ni una estadística.
( Daniel Moreno)