Es un trabajador irreprochable. Es limpio, probo, puntual. De hecho, siempre llega antes de tiempo y se va más tarde de lo que debiera. Aunque le sangren las manos de tanto chambear, no se detiene; se las vendan con un trapo cualquiera y continúa. Y no se queja. Porque nunca en su casa ha escuchado quejidos de nadie.
Su horario es demandante: de lunes a sábado en la planta. Y el domingo, ayuda en el quehacer de una señora rica, donde hace desde algo de jardinería, hasta algo de plomería.
Lo que no le gusta de ese trabajo, es que le queda lejos, que hay muchos perros en esa casa grande y que tiene que levantar sus cacas del jardín. Además, le choca que le digan “mozo”. Mozo, súbete a la escalera alta y córtate esa ramita de la enredadera. Mozo, bárrete la entrada. Mozo, vacía la cisterna y métete a lavarla con cloro. Mozo, esto, mozo lo’tro.
Eso sí, ahí le pagan sus buenos pesos puntualmente. Y la señora, es bastante buena jefa. Hasta lo ha dejado descansar cuando lo nota con fiebre, le deja usar el baño de servicio y hasta le dan de desayunar y comer “todo lo que quiera”, siempre y cuando, no la mire de frente, no la cuestione nunca y no haya quejas de su trabajo.
El año pasado trabajó en otra residencia, muy similar a esta, pero se tuvo que ir porque no lo trataban tan bien y el señor de la casa pareció comenzar a desarrollar un gusto por él y lo quería tener siempre a su lado. Él se sentía incómodo, pero por fortuna, un día que lo quiso meter al baño, la esposa se dio cuenta, pegó el grito en el cielo y a él —después de darle un par de bofetadas a su marido—, lo jaló de los pelos y lo puso “de patitas en la calle” con un “hay de ti si vuelves porque te refundo en la cárcel”.
En la planta, es otro ambiente. Ahí convive con gente recia, y no sólo físicamente. Ahí se respira tensión todo el tiempo. Mucho obrero que igual que él, no saben leer ni escribir. Gente que necesita un ingreso, y hace lo que sea por obtenerlo. Por ejemplo, él mismo: cuando se atora una máquina, él que tiene los brazos delgados, es el encargado de sacar lo que la esté atrancando, sin importar el altísimo riesgo de que en una de esas, pierda la extremidad entera y quizás, hasta la vida.
Ni modo, es lo que te tocó vivir, le dice la señora de las Lomas. Trabájale duro y podrás salir adelante, le sentencia con una cómoda ignorancia. Y él, a sus doce años, sólo asiente y se queda callado. Sí, él es sólo uno más de los casi 4 millones de menores de edad que según la UNICEF, trabajan en México, y que además de no tener educación ni servicios de salud, son sumamente vulnerables a la explotación y abusos.
Ayudémosles a cambiar su futuro. Como sociedad civil, podemos hacer mucho. Desde exigir —activa y constantemente— a nuestros representantes y gobiernos que hagan políticas públicas más eficientes para ellos, hasta involucrarnos como individuos en organizaciones como UNICEF y ChildFund México (https://childfundmexico.org.mx/); esta última, busca que los niños de escasos recursos puedan acceder a una educación completa y de calidad para que con ello, podamos al fin, romper el círculo vicioso de la pobreza que generación tras generación, ha provocado que en nuestro país, se mantenga la misma inercia: abuelos, padres e hijos que tuvieron que trabajar desde pequeños y que no tuvieron las herramientas (educación, la primordial) para realmente, progresar.
Hoy jueves 12 de junio de 2014, Día Mundial contra el trabajo infantil, es una buena oportunidad para comenzar a hacerlo.
(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)