El domingo, Día de las Madres, recordé una conversación con mi madre. Debió suceder hace casi 40 años, no lo tengo claro, pero fue hace mucho tiempo porque todo lo que nos rodeaba era muy distinto a estos años. Nada, por mucho, era igual.
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Mi hermano Alejandro debía tener nueve años, mi madre 37 y papá tal vez 10 más que ella, es decir, un año o dos más que la edad que tengo ahora. Era una tarde soleada: mi madre me reprendía sentada en uno de los sillones de la sala, y yo la escuchaba con los ojos en el piso, observando las figuras que formaban en la alfombra las hojas de un árbol que se asomaba por la ventana.
Mi madre estaba muy preocupada porque yo me había ido de casa esa tarde, avergonzado por mis malas notas en la escuela. Planeaba quedarme en casa de un amigo y trabajar en una tienda cerca de ahí, pero mis planes cambiaron cuando llamé por teléfono a mamá para decirle que no se preocupara, y no sé qué me dijo, pero media hora después ya estaba en la sala, sentado frente a ella, escuchándola.
Esa tarde tuve una conversación profunda con Yolanda, como no recuerdo haberla tenido antes. Me habló de mis derechos de niño y también de mis responsabilidades y obligaciones. Me habló del bien y del mal y de lo fácil que era arruinarme la vida, y arruinársela a los demás, si no tenía noción de lo que hacía. ¿Entiendes lo que te digo?, me preguntó. Le dije que sí, aunque en realidad pude comprender lo que me decía, muchos años más tarde.
Estos días aciagos he recordado a mi madre, una mujer inteligente, recta y rigurosa. La recordé el sábado al leer una noticia que me recordó otra noticia que a su vez me hizo recordar otra noticia, porque todas, aunque distanciadas por el tiempo y la geografía, son semejantes: Columba, una niña de 16 años, había sido secuestrada y asesinada en Veracruz.
Leí notas airadas que apuntaban al gobernador Duarte y al presidente Peña por permitir –su indolencia, su ineficacia– que Veracruz se convirtiera en un infierno. Leí también que las primeras investigaciones apuntaban a Los Porkys, un grupo de muchachos adinerados que hace tiempo secuestran y asesinan mujeres.
Desde luego puedo entender y compartir la indignación contra Duarte y cuatro jóvenes que quizá cometieron un crimen atroz, o quizá no lo cometieron pero fueron inculpados para encubrir a otros. Quien sea el verdadero culpable, ¿sólo ellos son responsables de que la vida de Columba terminara así? ¿En qué nos hemos convertido? ¿Cuál es la responsabilidad de la sociedad en estos crímenes que suceden casi todos los días?
Mañana, Duarte dejará de ser gobernador, Peña presidente, y quizá los cuatro muchachos detenidos irán a la cárcel, pero estas cosas seguirán ocurriendo. ¿Qué estamos haciendo para provocar estos actos monstruosos? ¿Cómo cambiar esta ruta demencial? Detrás de un acto de sevicia semejante al que acabó con la vida de Columba, algo esconde el conjunto de la sociedad mexicana. Algo que quizá se haya incubado durante mucho tiempo. Algo, decía mi madre, que hace que nos arruinemos la vida sin tener conciencia de ello.
( Wilbert Torre)