Se baja del camión. El sol que se está ocultando, le pega de refilón en la cara. Se cubre con el brazo a manera de visera, para mirar hacia la otra esquina donde regularmente toma un taxi. No hay nadie.
Cruza la calle y espera a que aparezca un coche de sitio. No suelen tardar mucho. Piensa en lo que tendrá que hacer apenas llegue a su destino cuando se le aproximan dos muchachas jóvenes, relativamente bien vestidas. Le dicen que están de paso por la ciudad pero que las asaltaron y ahora no tienen como regresar a sus casas. Están pidiendo “cooperación a la gente para acompletar el pasaje”.
Las mira desconfiada. Una debe tener unos veintitrés años y la otra, alrededor de diecinueve. Estornuda varias veces. Algún perfume traerán que le causa alergia. La mayor, que tiene la nariz afiladita y el cabello negro con mechones rojos, le implora. “Ayúdenos con lo que sea, un peso por favor”. Nota efectivamente, por la forma en que hablan, que no son de la ciudad.
Está bien. Le sobraron cuatro pesos del camión y se ha compadecido. Les dice que es poco, pero que espera que pronto consigan el resto. Saca el cambio de su monedero de plástico y les extiende la mano con el suelto. De pronto, la menor le sujeta la muñeca con firmeza y la otra chica, le toma el dinero y a la vez, le embarra en la palma, una especie de pomada con un parche. Intenta alejar la mano y tras un leve forcejeo, lo logra. Le arde. Se embarra la sustancia en el pantalón. Alza la mirada y se percata que está mareada. —¿Qué tiene, niña? —le dice la del cabello negro con mechones rojos— se le mira mal. Está por decirle que se siente desorientada, cuando la otra chica le introduce una pastilla por la boca que pronto se hace líquido amargo.
Obscuridad. No se puede mover. Escucha su propio latido. Muere de sed y le estalla la cabeza. Pronto se da cuenta que tiene en la boca un trapo; que un paliacate le cubre los ojos y que está amarrada de pies y manos. Lo último que recuerda es que le dijeron que la llevarían al hospital y que la ayudaron a subir a un carro. Quiere gritar, pero no puede. Quiere ponerse de pie, pero se golpea contra las paredes. Llora hasta quedarse dormida. Al rato, la despierta mucho ruido afuera. Intenta implorar ayuda pero nadie la escucharía. Reconoce entonces que vociferan las que la drogaron. Están discutiendo por dinero, con otra. Se escuchan borrachas, a pleito pelado. “Vienen por éstas, mañana miércoles por la noche”. ¡Por Dios, llevo dormida un día entero! ¡Pobre de mi mamá! ¿Por qué me tienen así?, ¿Yo que he hecho?
La despierta el ruido de la puerta. No vayas a gritar, le advierte. Si gritas, nos matan. Le remueve el paliacate del rostro. Te voy a ayudar a escapar. Le libera la sujeción de las manos y el tapón de trapo de la boca. Te llamas Esperanza, ¿verdad? El amarre de los pies está muy duro y no puedo deshacerlo, voy por un cuchillo y ahora vuelvo. No hagas ningún tipo de ruido.
Mientras está sola, mira a su alrededor. Las paredes y techo, son de tabique pelón. El piso está lleno de arena de construcción y hojas de triplay. No hay ventanas. Su bolsa está arrumbada en una esquina y sus pertenencias, regadas por todos lados. Nota que sus identificaciones están hechas trizas.
Regresa la muchacha con un cuchillo y la libera. Nota que viste unos shorts y que es muy guapa y de notable buen cuerpo. “Escapemos las dos”, le dice ella a su liberadora. No hay tiempo. Sales y te vas a ir corriendo por el monte muy derechito hasta que en unas horas, llegues a un camino de tierra. Si ves cualquier carro, te ocultas. Después sigues esa terracería otras dos horas hasta que llegues a la carretera libre a Guadalajara. Anda, ¡apúrate!
Siente que el corazón le explota en el pecho pero no detendrá su marcha. Mira hacia atrás para ver que no la haya seguido nadie. Percibe que aquella es una construcción muy grande en medio de la nada, que tiene varios cuartos aislados con sólo una puerta hacia el exterior, que le recuerdan las entradas de moteles de su ciudad. Tiene que volver a su ciudad, con su mamá, trabajo y familia y Esperanza, está descalza y a cientos de kilómetros.
SÍGUEME EN @zolliker
(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)