En una editorial titulada “La situación intelectual”, publicada por la prestigiosa revista n+1, los editores de la revista se preguntan qué validez tienen los análisis generacionales más allá de servir como un tema recurrente en programas y publicaciones de estilo de vida o como meros instrumentos mercadológicos. Una de las últimas etiquetas generacionales, la de los “millennials”, nos permite constatar dicha idea: las aseveraciones sobre los rasgos que la determinan rara vez están fundamentadas en estudios serios y en la mayoría de las ocasiones los rasgos que la invocan son tan vagos como aquellos que podemos encontrar en los horóscopos de cualquier publicación. Estos paradigmas generacionales son especialmente difíciles de aplicar en países tan desiguales como el nuestro. Dos niños nacidos el mismo día, uno en las Lomas, el otro en Iztapalapa, difícilmente tendrán rasgos comunes que nos permitan situarlos dentro de un espectro sociológico común.
No obstante, como dice la publicación, “Si tiene sentido analizar la Historia por etapas, entonces dichas etapas tendrán algo que ver con las personas que nacen y mueren en ellas”. El artículo pone como ejemplo a los jóvenes norteamericanos a principios de los años sesenta y cómo la guerra, como una idea constante e inminente, y el hecho de haber nacido de padres que vivieron periodos de mucha dureza y carestía hicieron que estos tuvieran una naturaleza más combativa que sus antecesores. En nuestro país, por ejemplo, la narrativa de la guerra contra el narcotráfico –y la incontrolable violencia que esta trajo consigo– ha marcado sin duda la época y la geografía en la que vivimos.
Los movimientos de indignados que sacudieron el mundo hace poco más de un lustro tardaron en llegar a nuestro país. El movimiento Yo soy 132 prefiguró lo que las marchas tras la desaparición de los 43 estudiantes consolidaron: un movimiento masivo que expresó en las calles el descontento popular. Aunque las marchas fueron muy poderosas, no terminaron de reflejar la frustración en un cambio de actitud por parte del gobierno. Posterior a dichas marchas acontecieron unas elecciones parlamentarias marcadas por el abuso, la propaganda obscena y la trampa deliberada; políticas de austeridad cosméticas y superficiales, y nombramientos en altos cargos como el de Arturo Escobar en la subsecretaría de Prevención del Delito de la Secretaría de Gobernación.
En el clásico de la sociología “El problema de las generaciones”, Karl Mannheim dice: “Podemos hablar de una generación como algo constatable sólo cuando exista un lazo concreto que una a los miembros de una generación como resultado de su exposición ante síntomas sociales e intelectuales durante un proceso de desestabilización”. El próximo 26 de septiembre cientos de miles saldremos a las calles en con-memoración por la desaparición de los 43 estudiantes. El reto después será trasgredir los ámbitos de la protesta para traducir la rabia y la indignación en mecanismos que nos permitan vislumbrar formas distintas de entender la convivencia, y formar así una generación verdaderamente transformadora.