“Me he considerado siempre un árbol torcido, por eso los árboles rectos se han ganado siempre mi respeto. A decir verdad, conviene recordar lo que ocurre antes de las fiestas navideñas, cuando vamos a comprar un árbol de navidad. Vemos filas de árboles hermosos que de lejos parecen estupendos, pero que vistos de cerca no responden a las exigencias que tenemos sobre un árbol ideal. Uno es demasiado fino, el otro está torcido, alguno más es demasiado bajo y así sucesivamente. Lo mismo ocurre con la gente: quizás algunas personas me parecían imponentes porque no las conocía de cerca, mientras que yo era consciente de mis propias miserias.”
Antes de la guerra, González era el sitio ideal para cazar venado en ranchos cinegeticos o para ir de pesca a San Lorenzo, Venustiano Carranza y Las Ánimas, las tres presas que lo rodean. Ahí nacieron en 1960, de un mismo vientre y al mismo tiempo, tres bebés que conmovieron a sus padres, el señor Montes y la señora Martínez. Todo González estaba fascinado por el milagro que más de dos mil años después no dejan de ser estos partos tumultuosos, incluso en lugares como Tamaulipas, habitados por hombres nervudos y de ademanes violentos, donde la ternura puede confundirse con cobardía o cosas peores.
A diferencia del centro de México, donde los Tres Reyes Magos son más populares entre los niños que Barney, en el noreste mexicano colindante con Texas, una de las principales atracciones infantiles es un tal Santa Clós proveniente de la exótica Noruega. Sin embargo, no es que aquella realeza oriental pase desapercibida en estas tierras que pese a todo también son cristianas. Una prueba es que los padres de los trillizos nacidos en González, Tamaulipas, bautizaron a sus hijos con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltazar. De las opciones de nombres de tríos de hermanos célebres que había, parecía la mejor. Llamarles Athos, Porthos y Aramis hubiera sonado todavía más estrambótico. Y lo estrambótico es de mal gusto en Tamaulipas. Y lo que es de mal gusto en Tamaulipas puede acabar en una fosa común cosido a balazos.
El problema para los niños Melchor Montes, Gaspar Montes y Baltazar Montes, fue que no debió haber sido sencillo lidiar con la fama desde el primer día de vida. Menos en un pueblo de 40 mil almas, donde se sabe todo lo que pasa -o se inventa con una verosimilitud tan precisa que nadie lo duda. Los trillizos de González fueron trabajadores desde muy chicos, como se acostumbra por aquí. La gente les llamaba Melchor, Gaspar o Baltazar, muchas veces sin distinguir entre uno y otro. Venir de la misma placenta vuelve usual entre los demás la idea de que la hermandad es tal que los tres son uno mismo.
Lo peor ocurría cuando llegaba el 6 de enero, día de los Reyes Magos originales, y no había ninguna fiesta especial en honor de los pequeños triates. A los chicos sus nombres no les desagradaban. Tampoco hacían demasiados aspavientos.
Crecieron en un ambiente de gente con “carácter”, como se estila resaltar entre los de aquí para ocultar ciertas carencias. Lo cierto es que Melchor, Gaspar y Baltazar no podían darse ese lujo urbano de invocar la cursilería que podía derivar por los nombres que les habían puesto sus padres.
El primero de los tres en irse a los Estados Unidos fue Melchor. Intentó buscarse la vida allá.
En Carolina del Norte se hizo de amigos y amores. Hablaba con nostalgia de González y regresaba de vez en vez a su pueblo, para reencontrarse con sus hermanos y emprender negocios legales y también algunos prohibidos. En ese trajín, el 11 de diciembre de 2005, Melchor viajó a González para negociar la liberación de sus padres y hermanos, quienes habían sido secuestrados por el cártel contrario. Mientras conducía hacia la dirección indicada, el triate fue atacado por sorpresa desde los alrededores de un camino rural del ejido Graciano Sánchez.
En realidad, no se trataba de un secuestro de sus familiares ni de un ataque enemigo: sino de un pretexto para acercarlo a un territorio donde pudiera ser emboscado y asesinado por sus antiguos aliados de la banda de la última letra, de la cual él había formado parte. Los que lo mataron eran miembros veinteañeros de una efímera organización mafiosa que trató de tomar el poder en la región por esos días, emprendiendo una revuelta, matando también a un ex agente de la Federal de Caminos, e incendiando propiedades a diestra y siniestra. Finalmente, fueron detenidos o asesinados al estilo Tamaulipas.
Beto Quintanilla, aquel juglar de la vida violenta en el noreste del país, le compuso un corrido a Melchor, con el nombre de El Gallo Fino. En la canción del artista ranchero fallecido no se hace mención alguna de los hermanos de éste: Gaspar y Baltazar, quienes, dicen algunos, ya están muertos y enterrados.
Hay otros que me aseguran que dos de Los Tres Reyes Magos de Tamaulipas aún viven y forman parte de esta guerra que algún día debe terminar.
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