Hay que seguir el rastro de sangre, me dijo.
El goteo sobre la banqueta.
No la encontramos.
Es curioso cómo en situaciones extremas nos aferramos a lo inmediato.
Encontrar a la bóxer.
Hay que seguir el rastro de sangre. El goteo sobre la banqueta. Intenso primero, espaciado y se acaba. La perra no estaba ni bajo los autos, ni en los patios. Y el rastro de sangre se agotó. Pero había que seguir. Recuperar a la perra era retomar algo de normalidad.
Entonces todos nos pusimos a tuitear.
La colonia, @LaNapolesDF, tiene una buena red social, un sistema de retuiteo que hace las labores de megáfono del barrio. En minutos se activaron los caracteres. Las palabras “perra” y “balas”, juntas en una frase, mueven al respetable. Algunos vecinos de calles más lejanas incluso salieron a buscar a la bóxer. Unas horas más tarde, la dueña de la perrita tuiteó que ya la habían encontrado, con un par de balas en el cuerpo, pero todavía a tiempo para ser intervenida.
Vivirá.
Mientras todo esto sucede, hago zoom out y pienso que el episodio retrata bien el desmadre urbano en que vivimos. Calles muy oscuras (dice el delegado de la Benito Juárez, @JorgeRoHe, que ahí para enero… nos ponen luz), asaltos en aumento (o la percepción en aumento), policía insuficiente (que luego llega y no hace o no puede hacer mucho), violencia y miedo, redes sociales del ciberespacio que se activan, ciudadanos anestesiados, espacios arrebatados. Y un poco el desamparo: ¿a quién culpar?, ¿a quién recurrir?
Una perra baleada, desde su mirada infinita, se convierte en símbolo de eso que nos pasa.
¿Tendrá miedo?
No sé.
Se hace el silencio. Acaricio a mi perro. Y pienso que, claro, siempre nos quedará seguir el rastro de la sangre.
El nuevo camino que conduce a Oz.
(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)