Nunca me he subido a un taxi “de mujeres para mujeres”, y no por falta de ganas.
Una vez encontré un sitio de esos taxis rosa-pasión cerca del metro Chilpancingo. Como sucede en esta ciudad, las unidades -instaladas en lugar prohibido-, estorbaban el paso peatonal.
Quise probar tan rososo y femenino servicio (¡que alguien nos salve del rosa por dios!), pero no había ni una chofer. Las unidades que esperaban pasaje eran comandadas por machines, ¿las taxistas estarían en casa preparando la merienda? (digo, ya que estamos en onda cliché de lo femenino).
Así perdí mi oportunidad de subirme a un taxi rosa-rosa: por falta de congéneres.
En taxis ordinarios (de esos color vino/dorado que sólo a mi parecen gustarme), si me han tocado. Contrario a lo que el prejuicio indica, las mujeres no son diferentes al choferear. Ninguna fue especialmente amable, limpia, respetuosa de la ley o con alguna conducta que denotara que yo estaba más segura o cómoda por ser trasladada por una mujer.
Sólo recuerdo a una, que era tan singular que daba igual si era hombre o mujer.
Araceli tiene 60 años y es taxista.
Usaba gafas modernas, de pasta, vestida con jeans y chamarra tipo militar. Pelo cortísimo, lacio, cano, podría decirse que sin chiste pero le queda muy ad hoc a su personalidad, que conocí sólo por lo que reflejaban sus movimientos, su ropa, sus gestos.
Comía cacahuates de cáscara, mordisqueándolos con tanta habilidad que me recordó a las ardillas.
En el auto había dos objetos de uso-básico-chilango: rollo de papel higiénico y frasco de chilito Tajín. En el espejo trasero, junto al tarjetón que la identificaba, una estampa: Cristo olvidado, la leyenda junto a un Cristo oscuro, iluminado sólo por la corona espinada.
Araceli manejaba recargada sobre el volante y sin dejar de comer; durante las pausas obligadas entre bocados, cruzaba los brazos, también sobre el volante.
Era una tarde perfecta, porque llovía. Esas tardes siempre se antojan para especular sobre vidas ajenas. Decidí que su vida fuera del volante era una vida sola.
Recordé esos personajes que los fines de semana se dedican a lavar su ropa y apenas saludan a los vecinos cuando salen a comprar comida para uno.
Sola pero no infeliz, quizá es predecesora del #foreveralone porque no parece triste, al contrario.
Habla lánguida, pero con precisión, y responde las preguntas que Celu no le hace sobre el partido de futbol que oímos a todo volumen y que no me importa en lo absoluto. Celu me pregunta y ella responde, pero no se hablan. Tampoco parece molestarles esa especie de diálogo paralelo que tienen. La niña pregunta o comenta, la mujer responde sin esperar contrarespuesta, y sigue comiendo.
Yo no tengo respuestas para mi hija, pero ella si, todas, sin condescendencia, dice lo que Celu quiere saber y yo ignoro. Yo lo que quiero es escribir sobre ella, y conocerla más…