Este vocho es un súper vocho. Si te acercas a él parece que una abuela lo tejió con estambre de seda color plata. Un domingo, el odontólogo Eulalio Cabrera se puso al volante acompañado de su esposa y sus nietos y lo estacionó en la Avenida Reforma, transformada en un territorio alucinógeno de alebrijes gigantes, bestias estrafalarias parecidas a hormigas, perros, caballos y chapulines, pero todos parecían hipnotizados por el vocho construido con miles de bobinas de tocadiscos antiguos.
Papás y mamás y cientos de niños miraban el escarabajo con incredulidad.
Un hombre viejo se acercó más de la cuenta para observar el Ángel de la Independencia color oro construido por el odontólogo junto al espejo retrovisor y hasta se atrevió a tocar las bobinas incrustadas a lo largo y ancho del chasis, como si se tratara de un Lego gigante.
–¿Le digo una cosa? Su vocho llama más la atención que todo el Paseo de la Reforma repleto de alebrijes.
–Las personas son muy espontáneas y de corazón les sale lo que te quieren decir – advierte el odontólogo Cabrera–. Me dicen que está muy bonito, que irradia buena vibra, que tiene buen karma. ¡Consérvelo!, ¡No lo venda!, ¡Véndamelo!.
La construcción de este vocho le tomó cuatro años a Martín Gutiérrez Sandoval, compadre del odontólogo, un chilango con piel color zapote, pelo aborregado, creativo y fumador.
“Era un herrero de forja de los de antes, de los que no soldaban, sino remachaban, los que calentaban el fierro para moldearlo”, dijo Cabrera, un hombre con pinta de Diego Rivera en chiquito, un día que lo vi con el vocho en la Avenida Hidalgo. Los conductores de junto tocaban el claxon y se asomaban para ver el auto increíble.
Gutiérrez Sandoval trabajaba en la compañía de tocadiscos Garrard y un día pensó que las bobinas que la fábrica desechaba podrían ser utilizadas para transformar un vocho de los años 80. Desmontó el chasis original y con la paciencia de un monje comenzó a unir entre sí las 2,500 piezas.
Lo hacía en sus ratos libres. Mutar el vocho de ingeniería alemana a una artesanía made in México le tomó cuatro años. El herrero Gutiérrez Sandoval fue soldado raso. Vivió en Aragón y después en Ciudad Neza. Nunca dejó de llegar a casa con costales repletos de bobinas con las que elaboró también ceniceros y robots y adornó espejos que regaló a sus amigos. Murió hace ocho años.
Una tarde, la viuda llegó a casa del odontólogo a decirle que no tenía dinero. –Me duele en el corazón, pero le vendo el vocho, compadre. El odontólogo, había estudiado escultura y estaba enamorado del vocho. Le encantaba pero no tenía ni un quinto. Lo pagó en abonos. Le costó 33 mil pesos. En estos años Cabrera añadió al vocho el Ángel de la Independencia junto al retrovisor y una bandera mexicana. Con miles de bobinas construye una canastilla para el techo y terminará el asiento de atrás. También ha diseñado piezas prehispánicas con las piezas de los tocadiscos en extinción: un perro xoloxquincle y unas vasijas Aztecas. El único drama en el camino del vocho fantástico es el Hoy No Circula: la nueva ley lo ha puesto fuera de las calles los sábados, día de la mayoría de eventos culturales. ¿Y ahora quien podrá ayudarme? Dice el odontólogo, en la Ciudad en donde ya nadie salva a nadie. –Terngo la idea, no el dinero, de irme a Acapulco y hacerle su tabla de surf con cientos de bobinas –dice el odontólogo–. Aunque nunca vaya a surfear.
Fotos tomadas por: Wilbert Torre
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