Estados Unidos acuñó el término one percent para definir al uno por ciento de la población que tiene una riqueza acumulada de más del 40 por ciento de su fortuna total y produjo el movimiento Occupy Wall Street para denunciarlo. En dos de sus ciudades más importantes, San Francisco y Nueva York, ha habido sendas demostraciones de ira y frustración públicas por la manera en la que el costo de vida ha segregado la manera en la que viven ciertas élites del resto de la población. Un libro que se pregunta si la desigualdad económica es endémica al capitalismo (“Capital in the Twenty-first Century” de Thomas Piketty, Harvard University Press) se ha convertido en una de las lecturas más comentadas este año en el vecino del norte. La sociedad y el mundo intelectual norteamericanos comienzan a tomarse cada vez más en serio esta gravísima consecuencia del “desarrollo económico” asociada con el capitalismo salvaje que es la desigualdad. En México, mientras tanto, los diversos tipos de juniors (hijos de oligarcas, narcotraficantes, líderes sindicales, etcétera) se siguen pavoneando con total impunidad y desmesura.
Además de la decadencia que exhiben estos patéticos mozalbetes, muestran una total desconexión con la realidad del país en el que viven. No es descabellado pensar que eventualmente algunos de ellos saltarán a cursar sus estudios en alguna universidad de la Ivy League y regresarán a México listos para asumir algún puesto de mando en la iniciativa privada o pública. En el tránsito soslayarán por completo la brutal fractura en la que se encuentra sumida México. La polarización de los sectores sociales. Las oprobiosas condiciones en las que viven millones de niños con idéntica edad y sin ninguna culpa de por medio que lejos de poder gastar su dinero en semejantes demostraciones de insensibilidad y podredumbre mental y espiritual, tienen que trabajar largas jornadas para ayudar a sus padres a sacar el día. Ese video, por exagerado que pueda parecer, es un documento que sintetiza y resume varias de las expresiones más nefastas que este país pueda haber imaginado.
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(DIEGO RABASA / @drabasa)