Si estudiamos los orígenes de los hombres y las mujeres que en algún momento de su vida cometen algún acto de violencia extrema, encontraremos, con toda probabilidad, que dichos hombres y dichas mujeres estuvieron expuestos a entornos violentos sino es que la padecieron en carne propia. La violencia es hereditaria y contagiosa. Da fe de una forma de entender el mundo, de concebir a los otros. Padres violentos seguramente engendrarán hijos violentos.
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Uno de los problemas más acuciantes en la educación básica es sin duda el fenómeno del bullying. Aunque el agandalle es una dinámica escolar ancestral, los grados que alcanza hoy en día le han costado la vida a cientos de niños y niñas en el país, que incapaces de lidiar con el infernal acoso al que son sometidos a diario deciden quitarse la vida. Aunque las autoridades educativas se muestran “sensibles” y “consternadas” ante el fenómeno, a la fecha no he leído o escuchado un solo pronunciamiento que clame por comprender los orígenes de la violencia endémica a los salones de clases. Tratamos el fenómeno del hostigamiento escolar como si fuera una pandemia, un virus que se ha cernido sobre la población infantil de nuestro país y que actúa desvinculado del entorno en el que viven los niños y las niñas que lo practican y lo padecen.
No necesitamos analizar de manera demasiado profunda el contexto en el que están creciendo los niños de este país para comprender la creciente violencia con la que se comportan. Como muestra paradigmática del –al parecer irreversible– grado de descomposición en el que se encuentra México están las campañas políticas. No sólo por los asesinatos de candidatos y candidatas que representan en sí mismos una variable insoslayable del estado en el que nos encontramos, sino por la violencia inmanente al atropello legal que cometen todos los partidos políticos y que tienen en la estrategia del abominable Partido Verde el epítome de un modelo que ha hecho de la trampa, el abuso, el cohecho y el robo un sistema prácticamente indisociable de las altas esferas del poder. Los actores políticos se disputan a punta de pistola la capacidad de manejar el presupuesto público inconscientes de que el deterioro del sistema ha alcanzado niveles que amenazan incluso la propagación de sus privilegios.
La violencia es hereditaria y contagiosa. Los efectos del estado fallido que gobierna buena parte del territorio nacional no sólo repercuten en los escándalos y las tragedias cotidianas que nos asaltan. Inoculan en las generaciones por venir la idea y el sentimiento de que sólo pasando por encima del otro podremos llegar a nuestro destino, cualquiera que este sea.
( Diego Rabasa)