Arrancamos. Los partidos políticos y algunos pocos independientes se lanzan al ruedo –ahora de diputados federales y pronto delegaciones y diputados locales- para conseguir el voto de la gente.
Al analizar los spots de los partidos, se devela una serie de agendas y visiones del país que son interesantes. Por un lado, el anhelo bipartidista entre los punteros no acusa recibo de la presencia de nadie más que de ellos mismos. Para el PRI y el PAN sólo existen el PRI y el PAN.
La izquierda pelea ese lugar entre los conservadores de Morena; los retóricos del Partido del Trabajo y los ‘heroicos’ perredistas se disputarán un caudal de votos que no llega a los 20 puntos porcentuales.
Movimiento Ciudadano, el Verde y Nueva Alianza van por el voto emotivo y antiideológico: con canciones, colores, eslogans y promesas de cumplimiento estos partidos avanzan la agenda de los ‘buenos’.
Curiosamente, Encuentro Progresista y el Humanista van por la antipolítica.
Y si usted se fija bien, casi todos se venden como la renovación moral del sistema político.
Y trágicamente funciona. Funciona porque nuestra democracia está en crisis.
Algunos síntomas: descontento creciente con la democracia (¿votar? Para que lleguen los mismos), participación ciudadana en caída (sin saber ya sabemos: ni las casillas se completan con funcionarios en esta elección), crecimiento del populismo antipolítica (para muestra el infame spot de Encuentro Social con el iracundo de Héctor Suárez, quien asegura que la gran virtud de ese partido es no tener políticos. O sea puro personaje sin idea de lo que hace).
Pero estos síntomas sólo revelan, como bien lo apunta un estudio del Instituto de Investigación en Política Pública (www.ippr.org), un mal mucho mayor: la inequidad política.
Esto significa que, a pesar de tener elecciones libres, procesos democráticos y todo el tinglado, en realidad las decisiones relevantes las toman unos cuantos, favoreciéndose o a otros pocos, y representados casi ninguno.
En México esto es notorio en un fenómeno: la fuerza de las clientelas. Esto es que las elecciones intermedias las define quien tiene mayor capacidad de movilización y compra de votos. Es una elección de estructuras.
Y sí. Ganarán los que tengan más dinero, mayor capacidad de movilización y recursos para impedir el éxito del otro. Y así estos ‘acarreados’ serán quienes definan últimadamente quienes nos representan, ya que la ‘ciudadanía libre’ se abstiene masivamente en este tipo de proceso.
¿Cuál es la solución? Sabemos que nada resuelve todo. Pero cada vez gana más adeptos un modelo que podría ayudar a combatir efectivamente esta inequidad: el voto obligatorio.
Que el voto pase de ser sólo un derecho a ser un derecho y una obligación. Que todos y todas salgan a votar.
En Uruguay han logrado niveles de 99% de participación con un sistema que obliga a votar. Si no lo haces te multan. Si no lo haces varias veces seguidas te retiran el pasaporte.
La realidad es que obligar al voto, o estimularlo directamente, fomentaría que las clientelas se vean reducidas frente a la participación de todos los sectores. Obligar a los jóvenes a votar los arrincona a tomar una decisión, la que sea pero que la tomen. Eleva los índices de politización y te hace mirar con otro rostro el proceso de representación.
Votar a güevo podría ser la solución a que unos pocos decidan todo, a estar siempre sometidos a la inequidad política.