Este verano los Juegos Olímpicos me han puesto a pensar en la relación del deporte, las sociedades y sus significados. En la alberca de Río de Janeiro vimos desfilar a un número extraordinario de nadadores japoneses. Atónitos observamos a la norteamericana Simone Biles derrumbarse en la barra asimétrica y ganar después el oro en la final de piso. En una pantalla levantada en el zócalo de Coyoacán observé a una pequeña multitud ovacionar el increíble triunfo del sudafricano Niekerk en los 400 metros y el jueves por la tarde me conmovió la voz rota de la mexicana Paola Espinosa, desplazada de las medallas en el trampolín de 10 metros.
Ese mismo día en una estación de radio escuché una encuesta en la que ocho de cada diez mexicanos decía que el fracaso en las olimpiadas era consecuencia de la falta de apoyo del Estado a los deportistas, mientras para el resto todo era cuestión de que los atletas le echaran más ganas.
Todo esto me llevó a pensar en lo que significaban los pequeños acontecimientos que narré al principio. Si los japoneses tienen el mayor número de nadadores en la historia es consecuencia de la obsesiva persistencia nipona por construir en donde perciben el más mínimo atisbo de posibilidades. Simone Biles se recuperó gracias a la condenada mentalidad norteamericana que se sintetiza en una palabra: believe. Creer, tener fe en tus posibilidades, estar convencido de que algo puede ocurrir (y estar preparado para hacerlo). Niekerk no hubiera podido hacer añicos el récord de los 400 metros sin Anna Sofía Botha, su entrenadora, una abuela de 74 años que lo adoptó como parte de su familia y reunió las condiciones necesarias para hacer que el chico flaco volara sobre la pista. Paola Espinosa tuvo quizá la mejor actuación de su vida, pese a que no subió al podio para que le colgaran una medalla.
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Esa tarde de jueves, mientras me enteraba de que Misael Rodríguez no pudo derrotar a un boxeador europeo y finalmente tuvo que conformarse con una medalla de bronce, escuché a un grupo de periodistas deportivos de Radio Fórmula hacer una reflexión.
“Este fracaso en el deporte es un reflejo de un país en el abismo de la corrupción”, dijo uno y uno de sus colegas complementó: “Lo que ha pasado en Río de Janeiro me han recordado lo que dijo Rafa Márquez –dijo–. Los pobres resultados son un reflejo de lo que ocurre en país”.
El 24 de mayo de este año, Rafa Márquez apareció ante las cámaras y con cara de tristeza declaró sobre la desaparición del límite antes impuesto a la participación de futbolistas extranjeros en la liga mexicana de futbol:
“Esto es un reflejo de lo que pasa en el país. La regla perjudica al jugador mexicano no ahora, pero sí a futuro”, dijo uno de los más grandes jugadores en la historia del país. “Y nosotros no podemos hacer nada: no hay un sindicato, no tenemos voz ni voto, no podemos opinar”. Antes de despedirse, el capitán del Tri hizo una reiteración, como para que no quedara ninguna duda sobre lo que decía. “Esto es un reflejo de lo que pasa en el país. Deberíamos unirnos para hacernos escuchar, para opinar, pero hay miedo. Es igual a lo que pasa en la política, las mismas leyes, es triste la verdad”.
Vale la pena hacer una pausa y leer las declaraciones de Rafa Márquez y después pensar cómo el fracaso mexicano en Río es una especie de espejo sobre el cual se proyectan los principales enemigos del país: la corrupción, la impunidad, la violencia, la apatía social, los intereses creados, las complicidades.
De un tiempo a la fecha me ha obsesionado la idea de entender y poder traducir por qué suceden en México cosas inauditas que indignan y dañan a las instituciones, sin que estas conductas tengan ninguna clase de consecuencias. En un libro que publicaré en septiembre bajo el sello de Planeta, ensayo sobre un avanzado sistema político de intereses que en las últimas décadas ha trazado todo un campo abierto a la corrupción.
Durante mucho tiempo pensé que el principal problema de México no eran sus leyes, sino la forma en la que no se ejercían, pero al acercarse el centenario de la promulgación de la Constitución creo que el conflicto central del país es no sólo de aplicación de las leyes, sino la forma en la que están concebidas y planeadas.
Siempre he pensado que como partido, el Popular de China es una institución de kínder al lado del PRI. ¿Por qué? Al PRI le debemos este sistema de complicidades e intereses extendido ahora a todo el sistema político mexicano, un sistema que ha hecho posible que de la política al deporte, todo se conduzca como si el país fuera un conjunto de territorios dominados por mafias.
¿Cómo funciona este sistema? Un buen ejemplo es la casa de la familia Peña-Rivera en Las Lomas. El Presidente y su esposa reconocieron que Juan Armando Hinojosa, principal contratista del gobierno federal, la construyó y financió para ellos, a petición de ellos, y sin embargo no existió legalmente un conflicto de intereses. Recientemente, el Presidente y su esposa han vuelto a aceptar que un empresario pagó los impuestos de un departamento propiedad de ella como un favor, y legalmente tampoco pasará nada.
¿Por qué? Porque las leyes mexicanas no lo estipulan así, porque no están hechas para eso. ¿Sabían ustedes que en México, el peculado, el enriquecimiento ilícito y el cohecho no son considerados delitos graves pese a que el país se hunde en una montaña de corrupción?
Lo mismo pasa en el deporte: el fracaso mexicano de Río difícilmente será comprendido si lo reducimos a Alfredo Castillo. El presidente de la Comisión Nacional del Deporte es una pieza vulgar en este ridículo, pero las causas de fondo se encuentran en el manejo corrupto y mafioso de las federaciones deportivas y su connivencia con el poder político.
–¿Qué le va a cocinar a Lupita cuando vuelva?– le preguntó un periodista a la mamá de Lupita González, medalla de plata en la marcha de 20 kilómetros.
–Uy, aunque sea frijoles.
Brillante y demoledora metáfora de una mamá de Tlalnepantla: frijoles es lo que da el Estado a sus atletas.
Felicidades a Lupita por su brillo, por su plata, por la enorme lección de dignidad y de vergüenza.