En la historia del país los presidentes se han hecho acompañar por personajes próximos e influyentes —José Córdova Montoya con Salinas y Liévano Sáenz con Zedillo— que se desenvuelven en un primer plano y sirven como puentes para construir alianzas y proyectos. Detrás de ellos suelen estar otros hombres y mujeres que se mueven en la invisibilidad pero cuyas tareas, discretas y poco públicas, son estratégicas para alcanzar objetivos delicados y apartados de la luz de los reflectores.
¿Quién es el enigmático y vital Humberto Castillejos en el gobierno del presidente Enrique Peña?
Castillejos, a cargo de la Consejería Jurídica de la Presidencia, es un personaje de escasa fama pública, un maniobrista político sigiloso y reservado que sin estridencias y de a poco ha ganado espacio e influencia en los primeros círculos peñistas.
Si Fidel Velázquez dijo que el que se mueve no sale en la foto, Castillejos, un abogado de 39 años nacido en el Estado de México, es el prototipo de operador político inquieto, silencioso y avasallante: maniobra, se mete en todo, opina, influye y cabildea sin apenas dar la cara.
¿Qué lo hizo poderoso?
Cuando se urdía el Pacto por México, Castillejos y Aurelio Nuño, entonces jefe de la poderosa Oficina de la Presidencia, eran los escritores en jefe de todas las iniciativas que acompañaron a la audaz apuesta del presidente Peña. Castillejos se encargaba de dotar de legalidad al pacto y Nuño de negociarlo en lo político con Jesús Zambrano y Gustavo Madero, presidentes del PRD y del PAN que convalidaron todas las reformas estratégicas.
El casi total anonimato en el que operó en esos días le permitió a Castillejos mantenerse intacto en el roce político, a diferencia del desgaste que con el paso del tiempo terminó erosionando a Nuño. Y esa condición le permitió ocuparse de otras misiones esenciales en el gobierno peñista.
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De la misma manera en la que hizo un impecable trabajo de armonización entre el tejido legal y político para que las reformas estructurales se aprobaran sin problemas en el Congreso, Castillejos también tuvo a su cargo desde su sitio apartado y discreto otra encomienda vital: la renovación de órganos institucionales de importancia suprema, como el Instituto Nacional Electoral.
Desde su estratégica posición, fue Castillejos quien de manera literal revisó una lista de candidatos y trazó con tinta negra una paloma en el nombre de Lorenzo Córdova, cuando se trataba de elegir al presidente del Instituto Nacional Electoral. En Los Pinos tuvieron lugar las negociaciones que implicaron socavar la autonomía del antiguo Instituto Federal Electoral, que a partir de entonces se convirtió en un pastel que con gusto se repartieron los principales partidos políticos.
Después de maniobrar e influir en el diseño del Pacto por México, la reforma educativa y la primera fase del proyecto peñista, Castillejos desapareció un tiempo para volver en marzo de 2015 detrás de la designación del exembajador Eduardo Medina Mora como ministro de la Suprema Corte de Justicia, y con más fuerza en otro momento fundamental: las negociaciones del Sistema Nacional Anticorrupción, de manera subrayada desde la presión que en 2015 ejercieron el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) y la Red por la Rendición de Cuentas.
La mano que mecía todo cuanto se movía en ese proceso, desde los Pinos, era la de Castillejos. El abogado del presidente Peña fue el cerebro detrás de aquella jugada siniestra: juntos, el PRI y el Verde aprobaron incluir a los empresarios en la Ley 3 de 3 la madrugada del 15 de junio de 2016, porque —replicaría el senador Pablo Escudero la idea alentada desde la Consejería Jurídica de la Presidencia— “si los hombres de negocios no están dispuestos a darse cuenta que son parte de la corrupción de este país, nosotros se lo vamos a recordar”.
Al mismo tiempo el ubicuo Castillejos maniobró para meterse al fondo de la negociación de la reforma política de la Ciudad de México y logró que el PRI tuviera en la Asamblea Constituyente una sobrerrepresentación que le dará un gran peso e influencia en la aprobación de la Constitución que sentará las bases de la ciudad del futuro.
La última carta jugada por Castillejos fue un comodín que colocó a Felipe Fuentes Barrera —uno de sus hombres más cercanos— como magistrado del Tribunal Electoral Federal, el órgano que tendrá la última palabra sobre la que será la elección presidencial más competida en la historia del país.
Del Pacto por México a 2018, esta es la ruta estratégica del influyente y sigiloso Humberto Castillejos.