México desde la Casa Blanca

Opinión

La guerra contra el narcotráfico —la guerra de estos años, la guerra en México— se pactó en la Casa Blanca. “Lo necesito a bordo”, dijo Felipe Calderón al presidente George W. Bush en el despacho Oval, un día de noviembre de 2006, un mes antes de sentarse en lo que Carlos Fuentes llamó la silla del águila. “¿Ha visto 24?” —invocó el presidente electo la serie protagonizada por un agente antiterrorismo que lanza bombas y hace estallar edificios—. “Quiero todos esos juguetes”, le dijo al hijo del exdirector de la CIA.

¿Por qué es importante recordar esto cuando se cumplen 10 años de la más grave de las decisiones tomadas por Felipe Calderón?

Porque esa guerra representa el pasado y el presente. Porque el diablo está en los detalles y los detalles de esa guerra causaron en México profundas heridas que continúan abiertas: más de 100 mil muertos y 25 mil desaparecidos, miles de familias desplazadas y un crimen organizado que partió del narcotráfico y mutó en extorsión, secuestro, tráfico de personas y otras ominosas formas del delito. Porque las consecuencias de esa guerra patrocinada por las adicciones de los Estados Unidos continúan y los mexicanos soportamos ahora —por si fuera poco— el peso de un futuro incierto y complicado llamado Donald Trump.

¿Por qué es importante recordar la génesis de esta guerra?

Hace tres años publiqué Narcoleaks, un libro que explora las consecuencias de las decisiones tomadas desde el poder, en la guerra del narcotráfico; en el prólogo, Yuri Herrera advierte:

“¿Quién hizo esto? Lo hicieron los mercados, las autoridades, las presiones inflacionarias, el crimen organizado. Hoy parece más que nunca que estamos sometidos a los designios secretos de entidades inasibles y abstractas. Los ciudadanos tenemos derecho a enterarnos de los resultados de las negociaciones entre los políticos, pero no sabemos mucho de cómo los individuos toman las decisiones que nos llegan enteras y con vida propia. El ciudadano ideal es el ciudadano que acepta que le cuenten su propia historia como si hubiera sucedido hace mucho tiempo y ya no tuviera ninguna influencia sobre ella. Más que intereses personales o de grupo, más que supersticiones políticas, manías o rencores, lo que tenemos son las impasibles fuerzas de la historia”.

A 10 años de la guerra desatada por Calderón —y en el contexto de las aspiraciones presidenciales de Margarita Zavala— conviene recordar los acuerdos, muchos de ellos desconocidos o inadvertidos hasta ahora, que cambiaron para siempre la relación entre México y los Estados Unidos y que nos afectaron a los mexicanos en distintos modos. ¿Por qué es importante hacerlo? Porque en enero próximo Trump se convertirá en presidente, pero el gobierno del presidente Peña se alista para pactar con él antes de esto ocurra —como lo hizo Calderón con George W. Bush— las coordenadas que determinarán la relación bilateral —la vida de todos nosotros y nuestros países— en el futuro inmediato.

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 El más importante y trascendental de los acuerdos suscritos tras la guerra pactada en la Casa Blanca marcó un hito en México: por primera vez un presidente mexicano solicitó al gobierno de los Estados Unidos asistencia en un asunto interno —el narcotráfico— y al hacerlo liberó al país vecino de las presiones y los chantajes que siempre ejerció para intervenir en la vida política de México. En los años siguientes —en los 10 años anteriores— esto se tradujo, entre otras cosas, en el envío de helicópteros y armas de allá para acá y, lo más significativo de todo —lo peor de todo—, la transferencia de filosofía, tácticas y operaciones de guerra de los Estados Unidos hacia nuestro país.

La llegada de Trump a la Casa Blanca supone para los mexicanos y el gobierno peñista una situación crítica: tras cimentar su campaña en insultos y amenazas, el magnate se apresta a utilizar el miedo que infundió en los meses pasados para imponer a México sus condiciones.

Si Calderón le entregó a Bush las llaves del país, el gobierno del presidente Peña recibió a Trump —le dio oxígeno boca a boca— en Los Pinos, lleno de voluntarismo más que de visión, y ahora deposita en ese fugaz encuentro todas sus esperanzas de que Trump no levante el muro, no deporte a los migrantes y no acabe con el Tratado de Libre Comercio.

Revisar la crítica situación del país a la luz de las funestas consecuencias de la guerra pactada en la Casa Blanca es vital cuando México enfrenta la más grande amenaza foránea desde la guerra con los Estados Unidos el siglo pasado, y su gobierno —la clase política en general— parece la más impreparada, improvisada e inepta para enfrentarla.