Hace unos días una tragedia —una más— enlutó al país cuando ardió el mercado de fuegos pirotécnicos de Tultepec y un estallido dejó una estela de heridos y muertos. Sucedió al final del año 2016 y como en otros hechos graves del pasado, a esto sobrevino lo que en México podríamos llamar El Teatro.
Se trata de un viejo y bien aceitado montaje institucional en el que las autoridades alzan de manera invariable la voz para anunciar su decisión firme e inquebrantable de investigar y hacer valer las leyes para llegar —esta es siempre la parte climática del guión de este teatro— a las últimas y más severas consecuencias.
Este teatro itinerante ha viajado por el país durante décadas, formado por personajes de todas las jerarquías, estirpes e ideologías: presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, alcaldes, diputados y senadores; procuradores generales, jueces y fiscales surgidos del PRI, del PAN, del PRD, del Partido Verde, y del resto de la partidocracia, que siempre que algo grave sucede aparecen serios y con semblantes sombríos para recitar el mismo viejo y gastado guión ante un público que cada vez recibe las promesas de justicia con más incredulidad.
El Teatro ha montado entre otras obras destacadas “Las mentiras de Tlatelolco”, un sketch político-militar en el que durante décadas el Estado manipuló y ocultó la trama oficial detrás del asesinato y la desaparición de los estudiantes asesinados y desaparecidos en Tlatelolco 1968; “Colosio no murió en Lomas Taurinas”, una farsa en la que se improvisó una puesta en escena con otros actores para simular un crimen orquestado, solo para proclamar al final la existencia de un asesino solitario; “La bruja de los Salinas”, una obra increíble en la que una vidente llamada La Paca condujo a un panista, Antonio Lozano Gracia, procurador general en el gobierno priista de Ernesto Zedillo, a la finca El Encanto, propiedad de Raúl Salinas, donde guiada por vibraciones apuntó al lugar donde yacían los restos del diputado Manuel Muñoz Rocha, cómplice de Salinas en el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, y lo único que quedó al descubierto al final fue una gran mentira.
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En años recientes El Teatro mutó en una suerte de carnaval con payasos y personajes como cómicos de carpa en el gobierno de Vicente Fox, el presidente con dotes de bufón que siempre tenía a flor de labios frases tristemente célebres como: “Y yo por qué”, en respuesta a unos trabajadores que le pidieron interceder ante los maltratos en una empresa, y “lo resuelvo en 15 minutos”, sobre el conflicto armado que estalló en Chiapas en 1994. En el gobierno de Felipe Calderón El Teatro tomó caminos más intrincados: a la proclama de “costará sangre, sudor y lágrimas”, el presidente prometió contener el narcotráfico y en ese propósito se asoció con los Estados Unidos, un pacto que produjo una guerra de más de 100 mil muertos.
En el gobierno del presidente Enrique Peña, El Teatro ha representado miles de palabras y promesas de verdad y últimas consecuencias en Ayotzinapa, Tlatlaya y Apatzingán, tres de los episodios más escandalosos de desapariciones y crímenes con la participación de militares y fuerzas del Estado. En la arena política, El Teatro siempre ha estado provisto de declaraciones variables según la puesta en escena: tras la revelación de los Panama Papers, las autoridades hacendarias aparecieron en un primer momento para ofrecer que investigarían “hasta las últimas consecuencias” a los mexicanos que trasladaron a paraísos fiscales cientos de millones de dólares, y sólo unas horas después volvieron a aparecer para declarar que trasladar fondos al extranjero no era un hecho necesariamente ilícito.
Tras la tragedia de Tultepec, El Teatro volvió a aparecer con todo su montaje de promesas de verdad y de últimas consecuencias, pero es muy probable que como en el pasado lejano y reciente, pese a la tragedia, a la destrucción, a los muertos, a las viudas y los huérfanos, todo terminará de la misma manera: una farsa en la que siempre hay víctimas, pero nunca, o casi nunca, habrá culpables.