“A veces pasas tanto tiempo imaginando algo, que descubres que no tienes más opción que hacerlo”.
Dice el enemigo del Estado, un fantasma, un saco de mierda que a nadie importa, el día que sale de la cárcel sólo para revelar un secreto al hijo que procreó.
Este pasaje de Pureza, el libro más reciente de Jonathan Franzen, me taladró la cabeza el primer día de las protestas contra el gasolinazo: en México pasamos tanto tiempo imaginando la materialización del Ya basta, hasta que un día no tuvimos otra opción que apartarnos la ilusión de la cabeza y salir a la calle a transformar en acción el deseo contenido.
El aumento de la gasolina es la gota que ha derramado un océano repleto de agravios. La gota que no se liberó con Ayotzinapa, con Tlatlaya, con la casa de los 7 millones de dólares, con la desaparición de 25 mil personas y la muerte de más de 200 mil en una guerra de 10 años, saltó finalmente fuera de los muros que la contenían cuando la última de las ofensas tocó el corazón más sensible y práctico de los mexicanos: su bolsillo.
Unos días después la gota ha mutado en una catarsis colectiva. ¿El mismo régimen que difundió rumores y soltó halcones asesinos en los años 70 —cuando no existían Facebook ni Twitter— provocó los saqueos para desatar una campaña de miedo que desvirtuara y desactivara las protestas? A estas alturas, poco importa: si el gobierno del presidente Peña soltó a sus desestabilizadores profesionales en el Estado de México, lo único que hizo fue desatar un incendio. El jueves en Monterrey, un pequeño grupo volteó dos autos y causó destrozos en el Palacio de Gobierno. ¿Cómo reaccionó la mayoría de los 15 mil que protestaba? Con un coro gigantesco: “¡Ese no es el pueblo! Ese no es el pueblo!”
No me detendré en los saqueos y la operación de cientos de bots y cuentas financiadas para meter miedo, deslegitimar y desarmar las protestas. Me interesa hacerte una pregunta: ¿Qué podemos construir a partir de esta nueva mierda que representa el gasolinazo?
Después de décadas de imaginarlo, hoy vemos a la sociedad —los ciudadanos, la gente como uno, los de a pie, los sin privilegios— alzar la voz en 30 estados para rechazarlo. Son manifestaciones a lo largo de casi todo el país y eso es importante y revelador, pero si no logran unificarse y tomar la forma de un solo cuerpo, es posible que se diluyan. Lo que está en gestación representa una circunstancia inédita y una prueba más allá de los partidos y de la clase política: la sociedad está encontrando formas para organizar y encauzar la rabia. Ayer en el Monumento a la Revolución se tomaron los primeros acuerdos para dar orden y organización a la protesta.
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En estos días de protestas y saqueos hemos escuchado y leído mil y una explicaciones técnicas sobre las razones del gasolinazo. Lo que no ven el presidente Peña y quienes las esgrimen como una verdad absoluta y aislada es el clima social que las circunda. ¿Tiene razón Peña al decir que es culpa de que Calderón haya dilapidado un millón de millones en subsidios a la gasolina? Probablemente sí, pero ese no es el trasfondo de lo que ocurre en las calles. El trasfondo importante es que una vez más las distintas manifestaciones de poder —la clase política, los empresarios, los medios convencionales— no ven, no oyen ni entienden que a sus razones se impone una serie de agravios que son el reflejo de las causas de todo este caos económico y financiero.
Alrededor del gasolinazo se alzan dudas y sospechas: El presidente advierte que se necesitan 200 mil millones de pesos para pagar la gasolina que importamos, pero no dice que en 2015 el gobierno estimó una captación de 30 mil millones de pesos por el Impuesto Especial sobre Productos y Servicios a la gasolina y al final recaudó 200 mil millones, y que en 2016 estimó obtener 209 mil millones y recaudó 285 mil millones de pesos. La suma de lo sobrerecaudado por IEPS a las gasolinas en esos años son 245 mil millones de pesos, una cuarta parte más de lo que el presidente jura que necesita su gobierno. ¿Cuál fue el destino de todo ese dinero obtenido fuera del presupuesto?
El presidente nos pregunta: ¿ustedes qué hubieran hecho? Se me ocurre empezar con un ejercicio de lógica, esa forma de discernimiento deliberadamente despreciada por la política: combatir la corrupción que de acuerdo con el Banco de México —sí, el Banco de México— y el Banco Mundial costó en 2015 al país 9 por ciento del Producto Interno Bruto, alrededor de 1 billón 600 mil millones de pesos, cerca de 80 por ciento de la recaudación fiscal anual y cerca del doble de lo que el presidente dijo que el gobierno de Calderón quemó en subsidios a la gasolina.
¿Qué más hubieran podido hacer si hubieran querido? Vender el despampanante nuevo avión del presidente que costó 2 mil millones de pesos, 1 por ciento de lo que se necesita para llenar el hueco. Y si agregamos la casa de los 7 millones de dólares y los 18 mil millones de pesos que los diputados han recibido en las últimas 10 legislaturas sin que deban transparentar ni justificar un centavo, y le añadimos los bonos de los legisladores por 150 mil pesos y los bonos de los consejeros del INE por 450 mil pesos y el desfalco por decenas de miles de millones de pesos cometido por los gobernadores de Veracruz, Chihuahua, Nuevo León, Sonora y Quintana Roo, con un poco de suerte hasta nos hubieran sobrado algunos millones.
Esas son las causas que ellos no ven, y que no se soportan en los argumentos de Peña y los neoliberales que para todo tienen una explicación gélida, impersonal, lejana a la realidad.
Hubiéramos querido que el país despertara por los muertos y los desaparecidos, por Ayotzinapa y por Apatzingán, por Javier Duarte y por la corrupción voraz de este gobierno; lo importante es que la gota se derramó y que de ella puede surgir un movimiento social y ciudadano que de una vez por todas ponga un alto a toda esta putridez política. El desafío es organizarlo, darle un orden y ponerlo a salvo de los intentos que intentan reventarlo.
La economía no necesita de más impuestos ni de más gasolinazos para tener estabilidad. Necesita que quienes gobiernan al país dejen de robar.