Escribí esta columna el viernes por la mañana, cuando Carlos Slim fungía de reseñista literario de Donald Trump y en Los Pinos comenzaba una cumbre política en torno a la gravedad que representa para México y el mundo el gobierno del magnate.
Ambos eventos representan un riesgo grave para el país: quedarnos con la percepción de este no un momento histórico de decisiones históricas y mantener la idea de que Peña y la clase política nos salvarán de la amenaza llamada Trump, o en el caso de Slim agradecerle el gesto de hacernos entender que el presidente de Estados Unidos no es un déspota y un autócrata, sino un gran negociador y un hombre visionario cuyo mandato implicará beneficios.
No debemos cerrar los ojos ante el abismo: Trump mantendrá inamovible su posición y no cederá un centímetro en sus chantajes, sus presiones y amenazas sobre México y otros países que ha elegido como blanco de una cruzada irracional; y la sombra ignominiosa de un muro que atenta contra la civilización no desaparecerá solo porque Trump y Peña decidieron no hablar en público de esta afrenta.
¿Qué debemos hacer? ¿Hacia dónde debemos mover al país?
Debemos agradecerle a Trump llevarnos a esta crisis, porque al amenazar a México estoy seguro de que hizo abrir los ojos a millones de mexicanos para entender que lo que este país necesita no son soluciones temporales ni salidas falsas, y que más allá del affaire con Estados Unidos es impostergable refundar al país desde la sociedad y no desde la clase política.
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Lo peor que puede pasarnos es que Peña y Trump negocien en privado los problemas y los intereses que atañen a dos países, que abriguemos la sensación de que estamos a salvo, y que en 2018 el país vuelva a votar por el mismo régimen o el mismo sistema político que es origen de la ingobernabilidad, de la corrupción, de la violencia y la impunidad.
El enemigo está en casa, representado por el sistema de intereses y complicidades que nos ha llevado de una crisis a otra crisis, de manera que primero debemos extirpar ese cáncer interior para después afrontar con solidez, dignidad e inteligencia la amenaza que Trump representa.
Trump no es el enemigo a vencer. En todo caso, con sus arrebatos de negociador infame el presidente de Estados Unidos logró estamparnos en la cara los síntomas —corrupción, impunidad, un Estado fallido— de una enfermedad terminal que durante mucho tiempo nos negamos a aceptar millones de mexicanos.
Estamos ante la cuarta transformación del país, tras la Independencia, la Reforma y la Revolución. La coyuntura del desastre de un gobierno que tiene en Trump a un enemigo existencial lo pone más claro para todos: el discurso de unidad neoliberal se extinguió, como agotado está el régimen que sostiene al sistema político corrupto que tiene secuestrado al país.