En una de las grandes peleas de box de la historia, Meldrick Taylor, campeón invicto de puños meteóricos, vencía a Julio César Chávez en Las Vegas. Había dictado cátedra en 11 asaltos, metiéndole las manos como un preparatoriano a un niño, hasta que cometió un error en el último momento, cuando un derechazo lo hizo trastabillar y en lugar de bailar sobre sus piernas y huir, se fue encima de Chávez como una zarigüeya hipnotizada por una cobra. El sinaloense lo esperó, preparó el golpe y ¡boooom!, con un mazazo lo mandó a la lona. Taylor se levantó como un zombie ebrio y, dos segundos antes del final, el réferi detuvo la pelea.
Miguel Mancera no es Chávez ni Taylor, pero guarda algunas semejanzas con ambos.
El jefe de Gobierno lleva tres años dando una pelea con una estrategia confusa, sin acertar golpes precisos, pero ha sobrevivido los momentos críticos sin heridas importantes. Los chilangos reprueban su gobierno, pero no ha enfrentado protestas de repudio a sus políticas represivas, ni ha estado al borde de la renuncia vapuleado por las denuncias de corrupción e impunidad que lo persiguen. Mutante en un gris robot político apto para congelarse cuando está en peligro, Mancera ha traspasado la mitad de su gobierno haciendo box con su propia sombra.
La pregunta es si terminará con los brazos en alto igual que Chávez, o como Taylor cometerá un error que finalmente lo hará derrumbarse. La falla Mancera puede estar a la vista, rodeada de nubes grises: el regreso del Hoy No Circula.
Para enfrentar el grave problema de contaminación, Mancera recuperó una antigualla del museo de las cosas olvidadas y actualizó la medida puesta en marcha hace de 25 años, concebida entonces como provisional y sólo para los meses de contingencia, entre noviembre y marzo de cada año. El Hoy No Circula frenó la circulación diaria de 20% de los automóviles. Pero al llegar marzo de 1992, se convirtió en una política permanente y los chilangos inconformes encontraron una manera de circular a diario: compraron otro automóvil. La medida se acompañó de otras acciones en pro del ambiente: se cerraron cementeras, la termoeléctrica dejó de usar combustóleo y se clausuró la refinería de Azcapotzalco. En los automóviles viejos se introdujo el convertidor catalítico y de gasolinas.
Se crearon los verificentros para revisar el estado de los vehículos dos veces por año y asegurar emisiones adecuadas de contaminantes. Los autos que desde la fábrica tenían convertidores y usaban nuevas gasolinas podían circular a diario. Los vehículos viejos dejarían de transitar y saldrían del mercado paulatinamente. La norma se hizo obligatoria en el Estado de México, de donde proviene un número importante de los automóviles que transitan aquí.
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Con el paso de los años, el Hoy No Circula de los 90 mutó en un Frankenstein que ayudado por la falta de articulación de medidas de gobierno efectivas, comenzó a matar el frágil medio ambiente citadino: un recurso de contención provocó una explosión en la compra y el uso de vehículos, y los verificentros cayeron en la telaraña de corrupción de la ciudad. El ingenio auto saboteador del chilango inventó “el brinco”, la transa que hizo crecer en forma monstruosa el número de vehículos contaminantes que por años han recibido calcomanías de aprobación por medio de lecturas alteradas, con la connivencia de los responsables.
La situación empeoró con el voluntarismo político, cuando el PAN promovió miles de amparos para que los vehículos con holograma 2 pudieran circular, lo que levantó la prohibición a más de 600 mil vehículos que no transitaban un día a la semana y dos sábados al mes. La corrupción desbordada potenció el reino de la impunidad de los taxis capitalinos, donde una trampa sustituyó a otra hasta llegar a estos días, cuando miles de unidades irregulares circulan amparadas, o peor aún, con un amable letrero que avisa: “placas en trámite”. La ilegalidad institucionalizada.
¿En qué se transformaron el DF, su parque vehicular y la política ambiental en estas dos décadas? Si la ciudad de México fuera una habitante más, sería una dama rebelde que creció sin que se le procuraran condiciones para respirar y caminar con tranquilidad en la madurez y alcanzar una vejez ordenada y saludable.
En veinte años no se construyeron nuevas líneas del Metro y hasta 2012 se abrió una más, la Línea 12. Tampoco se atendieron las condiciones en las que operaban los microbuses, sino hasta la administración de Marcelo Ebrard, cuando inició un programa para sustituirlos con autobuses amplios, pero no se logró una cobertura total por el alto costo financiero. Llegó el Metrobús y se convirtió en una alternativa por algunos años, pero hoy algunas de líneas están saturadas y debe renovarse para satisfacer una descomunal cantidad de usuarios.
Un monumental caos ambiental nos alcanzó en marzo de 2016 sin que conozcamos su magnitud: ¿A cuánto asciende el parque vehicular de la ciudad? ¿Cuántos vehículos se desechan al año? Cada año se agregan 600 mil nuevas unidades, pero no sabemos cuantas se retiran.
El Hoy No Circula ha revivido como recurso urgente en una ciudad que no es la misma de los 90 y que pide a gritos una nueva generación de medidas ambientales, como han dicho expertos de la UNAM, el Centro Mario Molina y René Cervera, jefe de la Oficina de la Jefatura de Gobierno con Ebrard, entre otros actores destacados. No es posible reducir la solución de un problema que afecta la salud de 20 millones de habitantes a una medida simplista y rebasada por las circunstancias.
Miguel Mancera ha escapado a varios escándalos, pero ahora enfrenta quizá la más compleja de sus batallas: la crítica contaminación de la ciudad. Sin imaginación ni decisión, el jefe de Gobierno pareció atribulado y titubeante en los días de la contingencia ambiental, como el Taylor caído a la lona en una pelea que ganaba hace 26 años.
Si Mancera opta por seguir haciendo rounds de sombra, hay otra posibilidad: el Congreso Constituyente de la Ciudad de México, que podría definir a una autoridad autónoma metropolitana a cargo de la agenda verde y de sus campos de atribución, un organismo que coordine, vigile y evite que las contingencias ambientales se repitan, más allá de las voluntades y acuerdos de los gobernadores de la región.
Si Mancera quisiera emular al JC. Chávez victorioso cuando todo estaba en su contra, debería encarar la contaminación con una serie de medidas integrales, entre ellas la mejoría y expansión del transporte público y la incorporación de nuevas tecnologías para reducir la contaminación en los vehículos, y no refugiarse en la zona de cuerdas que representa el Hoy No Circula cuya reactivación ha enfurecido a cientos de miles de capitalinos.
La pregunta es si Mancera está dispuesto y tiene tiempo de dar una batalla que exige tomar acciones en un campo sembrado de impunidad y corrupción. Si no lo hace, es probable que la contaminación le haga un daño que no le han hecho otros escándalos. Y que jamás pueda retirarse el doble cero que los capitalinos le han colocado en la frente en estos días nublados.