Cabizbaja. Ella que es dicharachera y amable, mujer bien anclada en su sentido común. Anda triste. No sé por qué, murmura. Y es que todo se puso tan feo, ¿no?
Difícil generalizar (siempre hay a quien no le importa), pero da la impresión de que lo sucedido con los normalistas de Ayotzinapa nos dio en la madre. Metafórico y literal. Hay algo de culpa en el andar y las miradas se volvieron opacas. Como cuando te das cuenta de que dejaste que se acumulara el cochambre, y el mundo se volvió ajeno. Ir a celebrar a Acapulco este puente, ¡no sé, carajo! Y lo dice con el alma a flor de piel. “Me da como la sensación de que no está bien.” Y no, quien habla no es el activista aporreado en calle. Es un joven empresario que un día se topó con una marcha, otro día escuchó la conferencia de prensa del procurador Murillo Karam, y al tercer día México le amaneció más gris que nunca. Y es que todo se puso tan feo, ¿no?
Camino por Insurgentes Sur. 7 pm y de a poco van saliendo a la acera una familia, una persona, dos personas y un perro, otro grupo por allá, otra persona y dos perros, un adolescente. No son muchos, andan tímidos. Sacan el encendedor, prenden veladoras. Con la idea de enciende una luz, y con la nece(si)dad de encontrar al otro. Se van formando pequeños grupos, con sus velas. Les pregunto que qué hacen ahí. Y es que todo se puso tan feo, ¿no?
Los mexicanos tendríamos que estar curtidos. Llevamos años de hablar de desapariciones, de miles de desaparecidos (pinche eufemismo ese: “desaparecidos”). Hace unas temporadas amanecimos en estas épocas con camioneta llena de cadáveres en frente de donde se inauguraría, días después, la Feria Internacional del Libro. Descabezados, colgados, desollados. San Fernando, la Bestia, Casino Royal, el Pozolero. ¿Le seguimos? Pero Ayotzinapa parece estar pegando en ese espacio del vientre que, por misteriosas razones no biológicas, conecta directo con el espíritu. Y es que todo se puso tan feo, ¿no?
Estaba dibujando con sus primas, me cuenta… y sonríe nerviosa. “Mi hija tiene seis años, nos ha acompañado a algunas marchas. Le hemos platicado.” Pero el domingo se fue por la libre. Dibujó un Zócalo, en medio una mancha de sangre. Y dijo: “Peña, asesino”. Nosotros, que ni anti-peñistas somos, dice… y sonríe aún más nerviosa. Otra mujer me cuenta que encontró a su hija en la cama, de noche, contando con su manita: uno dos tres cuatro cinco seis… 43 son muchos, ¿no? No caben en mi mano, mamá. Y no, no caben en su mano, ni en la de nadie. ¿Si desaparezco me buscas, papá? ¿Pero me buscas buscas? Abre todas las puertas y ventanas. ¿Si me desaparezco me buscas, papá? Mientras me lo cuenta, me abraza. O se abraza.
Y es que todo se puso tan feo, ¿no?
(Gabriela Warkentin)